Por Andrés Rodríguez P.
A propósito de la reciente producción de la ópera “Attila” en el Teatro Municipal, como siempre ocurre con este género musical que despierta tantas pasiones y opiniones, ha habido un sector del público que ha protestado ante una versión de la obra trasladada en el tiempo -de los tiempos de la invasión de los hunos al Imperio Romano en el siglo V DC- a la época en que Verdi escribió la obra (1846). Asimismo, otra parte de espectadores la ha celebrado. Han aparecido en la prensa y en las redes sociales opiniones a favor y en contra.
La polémica es sana, buena y enriquecedora, y muestra que la ópera sigue siendo un género vivo, en permanente evolución y que genera opiniones. En Chile estamos todavía muy lejos de muchos de los ultra modernos montajes europeos (muchos de los cuales allá son llamados “eurotrash”) en los que, al parecer, se piensa más que nada en crear polémica y sorprender a las audiencias con escándalos y provocaciones abiertas. ¡Qué lejos estamos de ello en nuestro país!
La reflexión de fondo que provocan la controversia, los abucheos, los vítores, los aplausos y los diversos comentarios apunta a los límites del arte. ¿Cuáles son? ¿Hasta dónde puede llegar la creación artística y la recreación de una obra? ¿Se puede intervenir la creación o la interpretación artística? Y la intervención, ¿se puede considerar libertad creativa o cualquier modificación al original debiera ser prohibida o censurada? ¿Se le puede pedir a un artista que cree de una determinada forma, al gusto de algunos?
A un pintor actual, por ejemplo, ¿se le puede encargar un cuadro al estilo Rembrandt, o simplemente se le pide un cuadro, que él crea libremente? Me viene a la memoria la época en que comenzaron las primeras “instalaciones” en las galerías de arte y los museos. Resultaban incomprensibles y escandalosas para muchos. Hoy ya nadie se sorprende con ellas. Y ni hablar de la música. Del escándalo que fue el estreno en París (1913) de “La Consagración de la Primavera”, de Stravinsky. O del que significó el estreno de otra obra maestra, “Salomé”, de R. Strauss en 1905. Hoy nadie duda de su calidad y vigencia.
La creación artística no se puede detener. Camina con el tiempo y evoluciona de acuerdo a las circunstancias. Pretender que Chile se mantenga como un pequeño refugio dentro del mundo artístico en el cual las óperas se hacen tal cual las imaginó el compositor, con hunos vestidos de pieles y romanos dotados de cascos con penachos y corazas de acero es imposible. No se puede detener la historia. Y menos la creación. Más aún si ésta se mantiene dentro de ciertos límites que no rozan siquiera el escándalo.
Si alguien da un vistazo a la programación de festivales tan importantes como Bayreuth, München o Salzburgo y mira algunas de sus producciones, aunque sea a través de YouTube, verá que la reciente producción de “Attila” en el Teatro Municipal está muy lejos de ser algo chocante o provocadora. Se trató simplemente de una relectura e interpretación de una obra clásica de Verdi, enmarcada dentro de una bella producción. Con interrogantes y metáforas. Y con desafíos a la imaginación.
Lo importante es que la ópera, esa fusión perfecta entre las artes teatrales y musicales, ese género que cuenta con más de 400 años de vida, está vivo y activo. Más allá de que nos guste más o menos una determinada recreación.
Es importante contar con instituciones que ofrezcan miradas artísticas diferentes, modernas a veces y que generen, como en el caso de “Attila”, discusión social sobre el arte, algo que tanta falta le hace a nuestro país.