Por Francisco Javier Bernales
Desde hace algunos años, 30 o 40 a lo más, fueron paulatinamente apareciendo en los escenarios más importantes las nuevas corrientes de regie en que se cambiaba la época o bien se montaba una escenografía que nada tenía que ver con lo que se acostumbraba hasta entonces y que el libreto indicaba.
Por los años 80, en La Scala de Milán, un Ernani de Verdi colocaba la acción en una piscina… Y Luca Ronconi se hacía famoso por la pifiadera más espectacular de la que se tenía memoria…
“¡Ronconi cretino!” era lo menos que le gritaban desde los palcos y platea.
Hoy, en Suiza y Alemania especialmente, pero también en el resto de Europa, las puestas en escena llevan a óperas como Roberto Devereux con Reina Isabel primera convertida en la Thatcher en traje de dos piezas…
Obviamente que si uno intenta seguir el libreto, las incongruencias saltan a la vista.
Absurdos como La Traviata en una estación de trenes u otra Traviata en que en el segundo acto Alfredo corta el pasto con una cortadora eléctrica sobran.
Pero… intentemos buscar el porqué del asunto.
Franco Zefirelli, quien es un destacado detractor de las puestas en escena llamadas modernas y uno de los más notables regisseurs de cine y ópera del siglo XX, a lo mejor tiene la culpa. Sus puestas en escena son tan exageradamente bellas en lo estético y tan perfectas en los detalles, usando telas de la época en los cortinajes y sillones, trajes de altísimo costo y detalles impresionantes, que a lo mejor produjeron una suerte de saturación en el público y muy especialmente en los regisseurs, sus colegas, quienes se dieron cuenta que ya nada podía superar la hiper-realidad zefirelliana.
Y se fueron al otro extremo… buscaron el absurdo, el impacto por el otro lado, hacerse famosos por el shock provocado, en vez de por la belleza o perfección de su producción.
Es así como fueron surgiendo las puestas en escena “vanguardistas o modernas” como hoy se les denomina.
El regisseur Curro Carreres lo reconoce en entrevista a “La Segunda” en que indica que su objetivo fue “provocar” con su Attila. Es decir, daba lo mismo lo que Verdi pensó para su ópera. Si hacía una producción acotada al libreto seguramente sería una más de tantas, pero si nos inventaba un Attila en el siglo XVI y lo mezclaba con algunos trajes del siglo V y además le ponía los ideales verdianos e Italianos de libertad, de la época en que se estrenó la ópera, haría algo distinto y nos acordaríamos por muchos años de su puesta en escena.
Hoy, mientras más descabellada y absurda es la puesta en escena, más la pifian, más se comenta, más se discute y desgraciadamente más se perjudica a la obra misma, ya que en definitiva, nos pasamos toda la función tratando de entender o descifrar que quiso decir este señor, en vez de introducirnos en la música misma, en la interpretación de los solistas, en la dirección orquestal y como entorno, disfrutar visualmente de la puesta en escena.
A esto hemos llegado hoy.
Conseguir un buen regisseur que haga algo destacado en su versión original, es bastante difícil. Son pocos los que se atreven a hacer algo normal y cercano al original porque lo más probable es que pase inadvertido o, a lo más, el crítico diga que es una bella puesta en escena y eso es todo. Sería muy decepcionante no ser objeto de comentario… Además, y lo más importante, no podría demostrar que su intelecto es superior al resto, ya que ante tanta locura y mientras más absurda es la cosa, más se tiende a pensar que “este señor es un genio y yo no estoy a la altura de su creación, por lo que mejor me trago esto que es superior a mi entendimiento”.
Son muchos quienes piensan que esta “modernidad” ayuda a acercar a los jóvenes a la ópera… Puede ser que se están acercando a ver un espectáculo visual diferente y a veces plásticamente bello, pero en la parte musical, nada de nada, puesto que jamás podrán comprender realmente qué es lo que el autor pretendió entregar musicalmente cuando indicaba muy claramente en la partitura – la puerta debe estar a tal distancia de la escalera, cosa de que la protagonista dé tres pasos y al compás de la música descienda hasta que llegue al sillón rojo, en donde las cuerdas dan el primer acorde, se sienta y canta su aria inclinada hacia la izquierda y poniéndose la mano sobre el pecho en pianísimo debe partir cantando después que el tenor se afirme en la columna de mármol ubicada al lado derecho del escenario- …
En una puesta moderna, seguramente nada de eso hay, ni escalera, ni sillón ni columna de mármol, seguramente encontraremos un cuartel de bomberos, ya que ella ahora es voluntaria y entrará descendiendo por el tubo de emergencias, o sea nada de lo que el autor pensó para crear la atmósfera necesaria para su música.
Desgraciadamente en pos de la modernidad se está matando la ópera tal cual fue concebida por su autor. La que se ve perjudicada es la parte musical.
Siempre será entretenido ver puestas estrafalarias y absurdas, pero si queremos llevar a nuestros hijos pequeños, no entenderán nada de nada si es que les hacemos leer el libreto y entender lo que el autor compuso para tal o cual obra.
Igualmente existen regisseurs geniales para obras atemporales en donde la imaginación se puede echar a volar y Wagner es un buen ejemplo, pero en obras de época definida, resulta muy irritante ver como los regisseurs que, por figurar, intentan “provocarnos” con trabajos que ni ellos entienden bien.
En su estreno en Chile, esto escribí sobre ATTILA (click para ver crítica).
“¿Por qué viene cada vez menos gente al Municipal?”, pregunta don Hugo Orellana. Pues a mí no me lo parece. En los años que llevo de abonado, me ha parecido siempre lo mismo: cuando dan una ópera barroca, o alguna -para nosotros- “rareza” verista o del belcanto (estoy pensando en algo así como I Puritani o Adriana Lecouvrer), y para qué decir cuando dan óperas contemporáneas, el teatro se vacía. Pero cuesta encontrar entradas para Carmen, Rigoletto, Zauberflöte o Madama Butterfly.
Ahora, en general, por qué la gente ha dejado de ver ópera (pensamos que en los años de Puccini, la vecina y el señor del almacen tarareaban por la calle las melodías de “che gelida manina” o “e lucevan le stelle”) yo le echaría la culpa -en parte- a la elitización de la música en el siglo XX, de mano de las vanguardias. Eso, aparejado a la llegada de la radio, separó definitivamente al público másivo del arte lírico. Por supuesto, hay obras geniales durante este período, pero ni Diálogos de Carmelitas, ni el Caballero de la Rosa, ni Peter Grimes son ni serán óperas de gusto popular, por extraordinarias que puedan ser.
Dado que las óperas que podrían servir para introducir a un neófito al amor por la ópera tienen
a lo menos un siglo, es que los reggiseurs se tomaron la palabra y empezaron a producir estos adefecios.
La solución sería, como lo veo yo, que en paralelo a la ópera atonal, conceptuosa y académica que está de moda entre los musicólogos e intelectuales, los teatros pudieran encargar óperas para el público general, tal y como lo hacían en la época de Wagner, Verdi, Mozart y Puccini. Tal vez así se nos acabaría esta sed por la novedad, y dejaríamos de torturar a los clásicos.
Estoy 100% de acuerdo con Ud. y lo felicito por su artículo extraordinario, nadie había dicho las cosas con tanta claridad como Ud. lo ha dicho en ésta columna. Felicitaciones sinceras
Creo que lo esencial es que la puesta en escena, y la direccion actoral de los cantantes tenga algo que decir respecto a la obra sobre la cual se esta trabajando.
En la historia de la opera siempre han existido directores escenicos, o bien teatros, con un espiritu innovador o revolucionario. La Opera de Vienna durante la direccion de Gustav Mahler, la la Kroll Opera de Berlin durante la direccion de Otto Klemperer son dos ejemplos de mas de 80 años de antiguedad que muestran que desde hace mucho que se busca revitalizar la tradicion operactica.
En el caso de Atilla en el Municipal, creo que es mas pertinente preguntar cuales eran los merecimientos artisticos de Curro Carreres para ser invitado a trabajar alli. Porque resulto claro que el director español nmo tenia nada de claro su aporte a la obra, ya que ni clarifico ni añadio una relectura convincente a la misma.
Tambien cabe preguntarse la razon de porque el publico esta cada vez mas escaso en las operas que presenta el Teatro Municipal: es la carestia dxe las entradas o es acaso un nivel del espectaculo que rara vez se situa por sobre una media ya declinante hace muchos años.
Al leer tu nombre en este diario “Francisco Javier Bernales”, se me vinieron a la mente recuerdos lindos y antiguos de hace más de 10 años, cuando trabajaba en la Empresa Amplitel S.A. Y me pregunto si serás el mismo al que conocí. Es así?