Por Gema Swinburn P.
Diciembre es mes de balances. Es una reflexión sobre lo que pasó durante 12 meses. En todas las áreas, en todos los rubros se examinan los acontecimientos. Penas y alegrías. Desastres, oportunidades y aciertos. Este año en las artes visuales tenemos mucho que aplaudir y algunas pérdidas que lamentar.
La exposición GRANDES MODERNOS, expuesta en el Centro Cultural Palacio La Moneda, es, por lejos, la muestra más importante que ha pisado el país en años y en décadas. Hace mucho que no veíamos una galería de Maestros, tan potente y determinante. Se trata de una selección de arte europeo y norteamericano de la primera mitad del siglo XX, proveniente de la colección personal de Peggy Guggenheim. Lo que se exhibe en pleno centro de Santiago, habitualmente está colgado en las altas y nobles paredes del Palacio Venier dei Leoni, ubicado en Venecia y que fue la casa de la coleccionista.
Observar cada obra de la colección es un verdadero placer estético. Recorrer la muestra es un viaje. Es un exquisito reencuentro con la historia del arte y de la Humanidad.
Es imposible no mencionar los nombres de nuestros visitantes. Muchos de ellos pisan territorio nacional por primera vez. A riesgo de omisión destaquemos esta Cumbre de la Modernidad. Marcel Duchamp, Man Ray, Umberto Boccioni, Lucio Fontana, Wassily Kandinsky, Yves Tanguy, Roberto Matta, Salvador Dalí, Pablo Picasso, René Magritte, Giorgio De Chirico, Antoine Pevsner, Henry Moore, Hans Hofmann, Constantin Brancusi, Alberto Giacometti, Jean Arp, Lipchitz, Max Ernst, George Braque, Jackson Pollock, Piet Mondrian, Víctor Vasarely, Joseph Albers, Mark Rothko.
Esta colección rupturista, variada y de artistas que en algún momento perturbaron y provocaron a muchos, hoy día son clásicos del arte contemporáneo con generosas cuotas de surrealismo y abstracción y sus correspondientes derivadas. Obras creadas por una generación joven que vio el horror de la Segunda Guerra Mundial y encontró en Nueva York una ciudad que le ofrecía futuro y donde todo era posible.
Un segundo hito fue KEITH HARING, expuesto en la Galería de Arte del Centro de Extensión de la UC, que dirige Daniela Rosenfeld. Nuevamente nos enfrentamos a una muestra de categoría mundial. Se trata de uno de los reyes del Pop Art norteamericano, importante corriente artística de la segunda mitad del XX.
A Haring le sobran méritos artísticos. Se sintió atraído por imágenes que observó en los barrios, en calles y en cada esquina. Descubrió y valoró el grafiti. Entendió la importancia de esos trazos fugaces, de gestos rápidos, cromáticos y cargados de denuncias sociales.
En el ámbito nacional tenemos bastante que celebrar.
MATILDE PÉREZ, a sus avanzados 92 años, aún da que hablar. Este año anduvo por Nueva York y expuso en la Sala de la Fundación Telefónica. La artista postula al concepto de arte no figurativo y constructivo, que busca en las formas abstractas y matemáticamente reguladas los efectos del color por sobre la capacidad de la visión humana.
Este planteamiento plástico permitió a Matilde incorporarse en el movimiento cinético, el que tiene grandes cultores. Tal es el caso del venezolano Jesús Soto o el húngaro Víctor Vasarely, el padre del Op Art.
El acertado y merecido homenaje a DINORA DOUTCHINSKY fue otros de los aplausos del año. Esta vez en el MAC y en la Fundación Itaú. El grabado calcográfico (matriz de cobre) fue una de las técnicas que experimentó.
Sus obras tienen un hilo común y se estructuran por la suma de fragmentos que aluden a una imagen central: Odesa, su ciudad natal ubicada en Ucrania. Son una suerte de planos aéreos con elementos reconocibles de la realidad: montañas, arquitectura de edificios, casas, parques, jardines y también de otros elementos imaginados o soñados.
Respecto a las pérdidas, lamentamos la de nuestra querida LILY GARAFULIC, Premio Nacional de Arte 1995, directora del Museo Nacional de Bellas Artes, una de las personalidades del arte contemporáneo chileno más relevante, por su extraordinaria trayectoria como escultora, como renovadora de las formas artísticas y como formadora de generaciones de artistas escultores.
Trabajó series temáticas. Comenzó de joven con los 16 profetas de cementos ubicados en la cúpula de la basílica de Lourdes, un monumental esfuerzo donde integró arquitectura y arte. Luego se dejó impresionar con lo observado en Isla de Pascua, esa naturaleza poderosa, los monolíticos moáis, la fuerza del mar y los misterios que rondan en la isla.
No podemos dejar de mencionar sus obras pulidas y bruñidas, inspiradas en Brancusi, amigo personal de Lily. Cultivó el respeto por el material, el amor por la materia perdurable, el placer por las superficies limpias y ajenas a cualquier agente externo. Bronces y mármoles sus preferidos. Con estos parámetros nacieron secuencias de series cada vez más bellas y estéticas.