Por Soledad Lagos R.
Una estética y una poética determinadas al ver en el escenario la adaptación de una novela tan icónica como “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa, pueden gustarle o no al público. Lo que destaca en la propuesta del grupo peruano a cargo del director Edgar Saba es el innegable empeño por transmitir la asfixiante atmósfera represiva del Colegio Leoncio Prado, donde los jóvenes reciben una instrucción militar que anula todo asomo de libertad individual o de disidencia, recurriendo a un enfoque cercano al lenguaje cinematográfico, a una escenografía funcional y a un numeroso elenco que, en gran parte de las escenas, logra sostener la acción.
Se ocupa la verticalidad como metáfora y concreción escenográfica a la vez, para mostrar acciones simultáneas en varios niveles y yuxtaponer fragmentos de la novela dichos en escena con indudable dominio del ritmo y del tempo por algunos de los actores, con la recreación de una época específica de la Historia del Perú.
Dividida en dos actos, con un breve intermedio, la obra se centra en el excesivo poder que ejerce al interior de la institución, mediante el empleo de la violencia física y psicológica, un grupo de cadetes por sobre los demás, hasta desembocar en el caso de un joven asesinado durante uno de los entrenamientos de tiro, en circunstancias que los responsables de la misma prefieren no investigar, para evitar el escándalo público.
Si, en lugar de emplear música grabada en algunos momentos de la pieza, se la hubiese tocado y cantado en vivo, la puesta habría ganado en vitalidad, pues las letras de las canciones escogidas ilustran o subrayan de modo adecuado lo que se ve en el escenario.
Un momento entrañable de la función del domingo pasado fue cuando, luego de los afectuosos aplausos con que el público que llenaba la sala premió la obra, el experimentado actor Gustavo Bueno, quien también participó en la versión cinematográfica de la novela, dirigida por Francisco Lombardi en 1985, pidió la palabra para agradecer a grupos de teatro chileno que él considera muy importantes para la escena peruana, como el ITUCH y el ICTUS y concluyó con una frase magistral: “El cariño sólo engendra cariño”.