Por Francisco Javier Bernales
Estábamos expectantes ante el primer recital importante de Cristina Gallardo Domas —el sábado en el Teatro del Lago, de Frutillar— desde que decidiera radicarse en Chile, después de una notable carrera, tal vez la más exitosa de un artista nacional en el extranjero en los últimos tiempos. Ya el viernes pasado hicimos un análisis de su trayectoria, en el cual destacábamos sus especiales cualidades como artista integral, que supo conjugar la perfección del canto con la mejor presencia escénica y entrega emocional que un artista pueda lograr. Y ahí está, precisamente, el fuerte actual de Cristina, su calidad interpretativa que se encuentra intacta.
Elegantemente vestida, lo que demostró el respeto al público, el recital partió con canciones de Granados, Montsalvatge y Durán, lo acostumbrado para calentar la voz. Sin embargo, esta vez encontramos algo más en aquellas canciones que suelen preceder a lo importante, que es la ópera, y que además ha sido siempre el fuerte de Cristina. Aquellas tonadillas y canciones en sus manos lograron interesar más allá de lo acostumbrado al público presente, ya que sin duda la relevancia entregada por Cristina a esas piezas musicales adelantaba y dejaba en claro que la intérprete era capaz de otorgar más valor de lo acostumbrado a cualquier partitura.
Ya en tierra derecha, “Io son lúmile ancella”, de Adriana Lecouvreur, abrió la segunda parte y lo primero que nos llamó la atención fue el impresionante volumen que ha desarrollado desde la última vez que la vimos, como asimismo el trabajo de sus graves, que ahora suenan muy contundentes y llenos. Ya en la primera parte nos impresionó, pero en la ópera nos pudimos convencer de los avances logrados y del camino que aparentemente pretende tomar en su carrera. La interpretación soberbia del aria solo se vio opacada por problemas técnicos de respiración que impidieron entregar el 100% deseado. Es que ya en su primera parte lanzó toda la carne a la parrilla y creemos que su voz está en un proceso importante de cambio de repertorio.
No podemos dejar de reconocer que, desde hace un tiempo a esta parte, ella había evidenciado graves problemas de técnica. Su voz ha evolucionado positivamente en varios aspectos, destacando sus graves y agudos en forte, pero castigando la parte media, que fue la que le jugó malas pasadas durante la parte operática. Las notas medias y los pianísimos le son difíciles de controlar. Sin embargo, cuando se va a forte, impacta por su fuerza y volumen.
El recital continuó con “Notre petite table”, de “Manon”; “L’altra notte”, de “Mefistofele”; “Ebben ne andró lontana”, de “La Wally”, y para finalizar, “Sola perduta”, de “Manon Lescaut”. Todas las arias ejecutadas con maestría como solo ella lo sabe hacer, a pesar de los problemas técnicos.
Cristina supo sortear con inteligencia y oficio todos los escollos, el público pidió encores y vino lo mejor de la noche: “Summertime”, en una versión mórbida y apasionante que nos recordó a Leontyne Price por los claroscuros de su voz. Acá la encontramos a gusto, es lo suyo. Y si la ópera le ocasiona más de algún problema técnico, pues tiene ante ella un universo de canciones latinoamericanas y de otras latitudes en donde puede desarrollar de la mejor forma su maravilloso arte de entregar la música acompañada de sentimiento. Este suele ser el grave problema de la mayoría de las grandes voces actuales: encontrar la conjunción en ambas fases. En ella lo tenemos.
Capítulo aparte merece el acompañamiento al piano del gran maestro Jorge Hevia. Se notó cómo el profesional la supo acompañar durante todo el recital y, además, en sus solos nos entregó el oficio aprendido a lo largo de su carrera.