Por Andrés Rodríguez P.
La discusión ya ha comenzado hace algún tiempo. ¿Cuáles son mejores: los libros de papel impresos como los que hemos conocido hasta ahora durante más de 500 años o los digitales que pueden leerse en un computador, un IPad o en alguna de las tabletas o pantallas digitales que se venden en distintos negocios tecnológicos?
Recientemente, hemos leído en la prensa que una persona importante en el medio de las comunicaciones ha dicho que, en el futuro, los diarios de papel serán un lujo y que serán escasos. Hace tiempo ya que se ha predicho el fin de los diarios impresos.
Sin embargo, la realidad nos muestra, no sólo en nuestro país sino que también en todo el mundo, que el papel es algo que por el momento sigue y seguirá usándose, ya sea para imprimir libros como para editar los miles de diarios y revistas que circulan en el mundo entero.
Y, ¿por qué? Porque la manejabilidad de un texto impreso, la facilidad para su lectura, su portabilidad y porque puede usarse dónde, cuándo y cómo uno quiera no tiene precio.
El formato de un libro también importa. Los hay de gran tamaño como ciertos textos de arte, normales, de tapa dura o blanda, de bolsillo, de papeles mejores o peores, pero ahí están. Siempre disponibles y al alcance de la mano y de la vista. Y son bellos para mirarlos; sueltos, arrumbados o colocados en estanterías. Buscar uno puede ser fácil o difícil, pero en el camino uno puede encontrarse con muchos otros. Y así uno los puede volver a hojear, repasar o simplemente recordar los gratos momentos que ha deparado su lectura.
A pesar de que nos gusta la tecnología y los aparatos extraordinarios que nos brindan la electrónica y la computación, la lectura de un libro a través de una pantalla tiene un sabor completamente distinto. Es cierto que se pueden almacenar cientos de libros en un solo aparato o tableta. Y que se le puede dar más o menos luminosidad a una pantalla, o agrandar o achicar las letras.
Pero, ¿pueden caerse sin peligro?, ¿se les puede dar vuelta un vaso de agua encima? ¿Si se pierde el medio electrónico, puede reemplazarse tan fácilmente como un libro? La respuesta es que no. ¿Cuántas veces nos hemos quedado dormidos y se nos cae el libro de las manos sin que nada ocurra? ¿O que vertamos una taza de café o de bebida encima de otro? ¿O que podamos llevarlo a la playa y llenarlo de arena sin que pase nada?
Entrar a una librería sigue siendo un momento fascinante. Recorrerla en sus distintas secciones es atractivo y abre un mundo de posibilidades. La mente se activa, se echa a volar la imaginación.
Y entrar o detenerse frente a un buen kiosco de revistas sigue siendo algo entretenido. Basta ver las centenas de personas que día a día se paran a mirar las tapas de las revistas o las portadas de los diarios frente a ellos.
Los diarios y revistas escritas siguen siendo medios muy relevantes para acceder a la información.
Es verdad que esos mismos medios tienen sus versiones digitales, más inmediatas, que a uno lo ponen al día acerca de lo que está sucediendo en algunos minutos.
Los teléfonos celulares, hoy convertidos en objetos irreemplazables en la vida diaria -a veces hasta el exceso- nos tienen con la información periodística al instante. Las redes sociales, también.
Pero la pausa, ese espacio a veces tan necesario para un momento de reflexión y de pensamiento, la da la mayoría de las veces el papel. Esas hojas blandas, moldeables, palpables, que se pueden dar vuelta, y que han servido para tantos usos además del original para el que fueron creadas.
Ese material noble no tiene reemplazo. Los libros de papel, tampoco.