Por Andrés Rodríguez P.
El incendio ocurrido en el Teatro Municipal de Santiago, el pasado 17 de noviembre, ha ocupado muchos titulares y espacios en los diarios y noticieros. Con el paso de los días empiezan a aparecer las primeras opiniones técnicas y la evaluación de los daños.
Hay una pérdida física de numerosos espacios de trabajo, talleres, salas de ballet, camarines, bodegas que almacenaban ropa y objetos de alto valor. Producciones completas de cuyo vestuario fue irremediablemente perdido. Dos de ellas, flamantes y exitosas nuevas producciones realizadas para la temporada 2013 del Ballet de Santiago y que debían reponerse prontamente: “Zorba, el griego” y “Mayerling”. Pero también se perdió la zapatería del teatro, la peluquería y la utilería acumulada a través de los años y que se guardaba en esas mismas bodegas.
No es sólo la pérdida física de los materiales, objetos y la ropa antes señalada. Lo que es irrecuperable son las horas de un trabajo altamente especializado; el trabajo dedicado de tantas personas que se han esmerado durante largas y fatigosas jornadas de trabajo en dar lo mejor de sí mismas. Es el amor, el talento y el esfuerzo colocado en la elaboración de cientos de trajes y en objetos de todo tipo, todo ello de las más diversas épocas de la historia, bajo la guía y la mirada atenta de tantos diseñadores chilenos y extranjeros que pusieron toda su energía y capacidad en crear aquello que más tarde luciría de manera inigualable bajo las luces del escenario del principal teatro de nuestro país.
Pero los perjuicios del incendio —que no son visibles desde el exterior del edificio—, si bien no dañaron directamente a la sala principal y el escenario del teatro, han afectado severamente el funcionamiento mismo del recinto, pues el agua necesaria para apagar el fuego y evitar que se propagara al resto del inmueble se coló por todas partes, afectando amplias zonas de camarines y los complejos y delicados circuitos eléctricos que están bajo el escenario y que controlan toda la iluminación del mismo. Sólo entrando a la zona afectada por el incendio, o por vía aérea, se puede apreciar la real magnitud de los daños dejados por el siniestro.
Un segundo aspecto acerca de las consecuencias del incendio tiene que ver con la búsqueda de salas alternativas para hacer los espectáculos comprometidos anticipadamente con el público. Ahí nos hemos encontrado con la cruda realidad de la falta de salas y de espacios adecuados para montar espectáculos complejos o de gran envergadura. Algunos servirán de gran ayuda como el Teatro de Carabineros, que ya había recibido los espectáculos del Municipal después del terremoto de febrero de 2010.
Y es aquí donde es necesaria una reflexión. Cuando se comenzó a construir el Teatro Municipal de Santiago, en 1853, nuestra ciudad tenía unos 90.000 habitantes aproximadamente. Y cuando se inauguró en 1857, algunos miles más. En esos años, haber tenido la visión y la decisión para construir un teatro de esa naturaleza y proporciones es algo digno de mención. Se pensó en un recinto para cerca de 1.500 espectadores dotado de un gran escenario. Ello significaba creer en algo, apostar a la cultura, tener confianza en ciertos valores y principios que enriquecen el alma humana y que contribuyen a una mejor calidad de vida. El Teatro Municipal se construyó pensando en ser un espacio destinado a recibir compañías itinerantes que traían ópera, ballet o teatro. No fue pensado como una sede que albergaría más tarde una orquesta completa, una compañía de ballet y un coro, todos ellos profesionales, y que luego se lo dotaría con talleres completos de construcción escenográfica, escultura, pintura, tramoya, sastrería, utilería, iluminación, sonido, zapatería, etc. Pero el teatro creció y fue así como, con mucho esfuerzo, perseverancia y visión de las autoridades a través del tiempo, se llegó a formar el Teatro Municipal actual, con los antes mencionados cuerpos estables y técnicos que son su orgullo y su razón de existir.
Hoy que Santiago cuenta con cerca de 6 millones de habitantes, seguimos utilizando como principal teatro capitalino el mismo recinto que fue construido ¡hace 160 años! Parece increíble, pero es la realidad. No hay otros teatros con parecida capacidad de público ni con escenarios que ofrezcan las mismas facilidades técnicas que tiene el Teatro Municipal.
Las ciudades tienen que crecer no sólo física y demográficamente. Además, tienen que hacerlo satisfaciendo muchas otras necesidades del ser humano. Por eso son necesarios los parques y plazas, los centros comerciales, los estadios y los cines. Hace falta también que nos preocupemos de tener un nuevo teatro que sirva para albergar las artes escénicas. Dotado de un gran escenario con todas las facilidades técnicas y tecnológicas propias del siglo XXI. Ese será el desafío de la hora actual.