Por Ana Josefa Silva
@ana_josefa
Para cualquier amante del cine, el nombre de John Cassavetes es mítico, reverencial, un tótem. Prematuramente fallecido en 1989 antes de cumplir los 60, es considerado el padre del cine “indie” norteamericano, ése que se realiza fuera del paraguas de los estudios, con dificultades financieras las más de las veces y con el norte mirando hacia el arte, con todo el desgarro que ello acarrea. También actor y guionista, Cassavetes trabajó siempre con su pequeña trouppe de actores, comenzando por su mujer, la magnífica Gena Rowlands.
Todo lo anterior se cumple en “OPENING NIGHT”, una historia teatral, como el mismo autor la define. Para su realización pidió prestado al banco 1 millón de dólares, pasándose prontamente del presupuesto, según cuenta en ese libro indispensable que es “Cassavetes por Cassavetes”, de Ray Carney.
Era 1976 y hacía dos años había terminado por asombrar (tras muchas opiniones lapidarias y fracasos) a críticos y cinéfilos con “Una mujer bajo influencia”, una obra mayor del cine, un referente hasta el día de hoy. Ese trabajo, como en mucha de su filmografía, ya rodea el tema que lo ocupan a él y a Rowlands, y que parece madurar en “Opening night”: Myrtle es una mujer independiente, que está sola, que se sabe vulnerable, pero que ha llegado a una etapa de su vida, bordeando los 50, en la que siente que los años le han quitado fuerza y poder, y que ya no logra doblegar sus fantasmas.
Está por estrenar una importante pieza en la que encarna a Virginia, la protagonista. A la salida de uno de los ensayos generales, como ocurre siempre, una multitud la espera para pedirle autógrafos. Entre ellas, una chica de 17 años que la sigue en el auto y que muere atropellada por otro vehículo, ante sus ojos (Almodóvar reeditaría esta escena en “Todo sobre mi madre”).
El montaje que dirige Manny (Ben Gazzara) se hace cada vez más arduo a partir de ese momento. Myrtle se equilibra precariamente sobre su evidente fragilidad emocional, que matiza con mucho alcohol y cigarrillos. En la pieza teatral, Maurice (el propio Cassavetes) encarna a su marido, con quien Virginia (Myrtle-Rowlands) está viviendo momentos conflictivos y hasta violentos.
Los ensayos, que involucran a muchos secundarios, incluso niños, se complejizan al ritmo de la desazón de Myrtle, quien incluso acepta ir a consultar a la espiritista de Sarah, la autora de la pieza que está ensayando.
La película, filmada en ese estilo “sucio” de Cassavetes, tiene ciertos cortes bruscos, algunos pequeños saltos de montaje, pero sobre todo, y gracias a ello, mantiene en cámara a un grupo de personas vivas, muy vivas, sintiendo, sufriendo, agitándose, involucrándose, y traspasando todo aquello al espectador. La cámara es el espectador, ése que no está preocupado de que entre a cuadro ordenadamente lo que corresponde, sino que salta de un plano al otro escogiendo retazos y partes de la escena, aunque en ella no esté la protagonista.
Gena Rowlands se funde en su desorientada Myrtle hasta niveles desgarradores.
Cómo no: Cassavetes trasvasijó emociones y situaciones reales a esta historia. Mucho de lo que allí ocurre son hechos o experiencias vividas por la pareja y/o sus cercanos. Este es otro rasgo característico de la filmografía del realizador y su mujer: no hay una clara línea divisora entre realidad y ficción. La preocupación de Gena Rowlands por la vejez era tan real como la de Myrtle, para quien la profesión lo es todo.
Pero mientras Rowlands buscaba claridad y causalidad narrativa, a Cassavetes le interesaba lo contrario: no dejarle las cosas tan claras al espectador. Por eso se encarga de que Myrtle se vea algo errática y hasta incoherente.
La elipsis es también un recurso al que echa mano. Por eso es que la historia, la película, se parece más a la vida que a un montaje teatral. Es parte de la genialidad de Cassavetes.
“Opening night” es una experiencia inolvidable, un estremecimiento vital que sacude al espectador hasta el fondo del alma.
Encuentro increiblemenete bueno que este tipo de textos tengan cabida en el sitio de un diario!!