Por Francisco Javier Bernales
Corría el año 1976 y Deutshe Grammophon sacaba una nueva versión de “Macbeth”, con Shirley Verrett y Piero Cappuccilli en los roles principales. Dirigía Claudio Abbado. En los primeros compases, un puñetazo al rostro; todo era distinto. Seguíamos avanzando y en cada acorde se sentía la diferencia, la entrada de las brujas era escalofriante, el aria de lady Macbeth, tremenda, todo, todo era espectacular, no nos cabía duda de que estábamos ante algo monumental.
Hasta hoy no hay otra versión mejor que aquélla.
Luego salió “Simone Boccanegra”. Igual. Hasta hoy es la versión definitiva. Y así, sumando y sumando, lo que Abbado dirigía, marcaba época.
Cuando murió el gran Von Karajan, unos días antes de la caída del muro de Berlín, Abbado fue llamado a reemplazarlo como director de la Filarmónica de Berlín. Tarea nada fácil, había que conquistar a los músicos de la orquesta primero, después había que hacer música. Y así fue, estuvo muchos años y logró entregar al mundo a través de aquella gran orquesta, parte importante de su legado.
Abbado fue un fenómeno, su repertorio es vastísimo, prácticamente abordó todos los estilos y épocas, creó festivales como el de Lucerna, ayudó a jóvenes talentos como Dudamel en Venezuela, hasta el último día donó su sueldo de Senador vitalicio a un pequeño pueblito del centro de Italia, para así fomentar la música. Todos los premios en dinero que le entregaban, los donaba a organizaciones musicales, puesto que para él, la música es la vida y sin ella no hay desarrollo humano.
En la historia de la música y específicamente en la de los directores de orquesta, alma de cualquier obra musical, han existido grandes genios. Abbado sin duda está en la decena suprema, en aquellos reformadores y artífices de la comprensión de los autores, Furtwaengler, Toscanini, Klemperer, Von Karajan, Celibidache, Bernstein, Carlos Kleiber, Giulini, Muti y Abbado. Hay más, sin duda, pero todos estos genios lograron lo más difícil, interpretar a su manera y transmitir a nosotros aquello que no está escrito en las partituras, aquello que sólo las mentes privilegiadas pueden entender y a la vez entregar al público el producto terminado, de tal manera que llegue a nuestras almas como un cuchillo y atraviese nuestros sentidos para conmovernos hasta las lágrimas. Esa facultad que sólo tienen algunos y que Abbado la tenía de una manera perfecta, es lo que hace la diferencia entre un director de orquesta que lee lo que está escrito y lo traduce tal cual, con resultado aceptable, y un genio como los que hemos nombrado.
Directores de orquesta hay cientos, muchos de ellos notables, pero genios absolutos como Abbado, se dan en contadas ocasiones.
Estimado Sr. Bernales: Gracias por su artículo sobre Claudio Abbado. Siento que esta triste noticia pasó un poco desapercibida en Chile. Su artículo resalta en verdad la calidad musical extraordinaria del fallecido maestro y lo pone en el lugar que le corresponde junto a otros grandes e inolvidables Directores. Solo hay un punto que no me queda completamente claro. De acuerdo a lo que he leído, el Maestro Abbado estaba siendo requerido para hacerse cargo de la Orqueste Filarmónica de Nueva York, cuando falleció Von Karajan y fueron los propios músicos de la Orquesta Filarmónica de Berlín quienes decidieron que se le ofreciera el cargo a Claudio Abbado. Cuando esto ocurrió, Abbado prefirió instalarse en Berlín. Por eso es que no me queda claro que Abbado haya tenido que “ganarse” a los músicos de la Filarmónica de Berlín, quienes por lo demás aparentemente estaban cansados del estilo autocrático de von Karajan. Este último, como buen ex miembro del partido Nazi, podía actuar aparentemente, como un dictador.
Muy linda la síntesis sobre el maestro Abbado, quien – por cierto – prefería que lo llamen por su nombre y no “maestro”.