Por Marco Antonio de la Parra
@marcodelaparra
Los soliloquios suelen sentirse amenazantes, sobre todo cuando no son precisamente festivos. Pero la firma de Thomas Bernhard asegura un texto de alto nivel además de un amargor poderoso en su mirada sobre el mundo vienés, sobre el arte, sobre el ser humano en general.
La traducción de “TALA”, como todo Bernhard o casi todo, de Miguel Sáenz, termina por bordar un material dramático que precisa un equilibrio muy sólido para que no estalle en vituperios o agresiones de mal gusto.
Juan Navarro crea una instalación muy fina al mismo tiempo que, como todo en esta obra, algo amenazante, para dirigir a Gonzalo Cunill (quien es co creador y participó en la adaptación de un texto originalmente novelesco) en una interpretación sin un solo paso en falso y que no decae en su tensión (sutil como un trazo en el agua) a lo largo de toda la función.
Se siente el paso de ambos por grupos como La Fura dels Baus, La Carnicería de Rodrigo García o la dirección de Roger Bernat, entre otros consagrados nombres de la escena hispana.
La disposición escénica resulta tan contenida como la actuación que frena su violencia y su desprecio por la burguesía y el mundo de las “cenas artísticas”, si bien referidas a Austria, no menos metafóricas de cualquier ambiente de esos pomposos donde los artistas son carroña y los halagos cuchillos.
Una historia desgarradora atraviesa este relato de una cena donde se espera a un actor muy connotado, contratado por el teatro de la ciudad y la mirada sardónica de Bernhard, construida en el personaje bordado por Gonzalo Cunill: el suicidio de una amiga, que sirve de contraste más cruel y burlón a todo el protocolo decadente de la cena de intelectuales y artistas del que Bernhard se mofa con ácido desprecio, que arranca algunas risas de la sala.
Lo cierto es que este cruel monólogo, esta narración sostenida en punta de pies por un actor medido en todo, se deja escuchar y se hace más corto de lo que pareciera (una hora y cuarenta minutos).
En la mente del espectador se mueven las máscaras de los que serían los personajes de nuestra alta burguesía, las víctimas del humor sardónico de Bernhard.
La fría belleza de la instalación plástica cruza el kitsch y lo azaroso en una mezcla acertada.
Un muy buen trabajo. Dan ganas de leer otras cosas de Thomas Bernhard. Sus escritos autobiográficos, por ejemplo, que son una obra maestra. Mientras tanto TALA es una muy buena introducción. No se queje del final de boca algo agrio. Así es no más.