Por Javier Ibacache V.
@ibacache
En la línea de piezas que ensayan con la integración de lenguajes y la fusión de soportes de distinto origen, “Futuro” se deja seguir con interés a causa de la extrañeza de su atmósfera y la sombría mirada que entrega de la evolución de la especie.
El montaje de Mayra Bonard, estrenado en Buenos Aires en 2012, se asienta en los restos de un bosque talado dispuesto como una instalación sobre un espacio pulcro.
Tres cuerpos se involucran en ese paisaje en un tenso juego de poder y erotismo con movimientos acompasados y quiebres repentinos que dan paso a la crispación y la enunciación de textos que quedan a medio camino del diálogo o el juego vocal (un recurso del que la puesta abusa más de lo aconsejable), mientras el clima se enrarece con el acompañamiento de música electrónica y atonal.
El escenario de desamparo, desolación e incertidumbre parece ser la única respuesta que encuentran las preguntas sobre el futuro que se insinúan por momentos.
La creación va en una línea muy distinta al trabajo que antes dio notoriedad a M. Bonard en Santiago cuando formaba parte de la compañía El Descueve (“Hermosura”, “Patito Feo”).
En “Futuro” se muestra interesada en la fragmentación, los discursos abiertos y la paradoja y encuentra en los intérpretes —Damián Malvacio, Rocío Mercado y Nahuel Cano— la vía adecuada para ejecutar una partitura disonante, como el espíritu de época y el ambiente sonoro que genera Sebastián Carreras.
A su vez, el trío de performers se aleja de la idea de coreografía convencional, descompone las pautas de movimientos, introduce trazos de humor absurdo y se encamina hacia el teatro físico.
La diversidad de recursos invita a pensar la creación como una instalación plástica, de texturas contrapuestas (como la desnudez de la bailarina enfrentada a un improvisado tótem de troncos) y a situarla en la frontera de obras de nuevos lenguajes que repentinamente han venido a copar la cartelera, aun cuando su presencia local data de hace más de una década.
En esta convención de equilibrios precarios de una danza cerebral que parte pensándose a sí misma y se abre camino luego hacia otras disciplinas, el espectador adquiere una relevancia determinante.
Se transforma en testigo de las interrogantes que no llegan a resolverse y de los fantasmas de la devastación que habitan la escena como anticipo de su futuro.