Por Marco Antonio de la Parra
@marcodelaparra
Manuela Infante y el Teatro de Chile se han ganado un puesto muy respetable en el teatro chileno contemporáneo. Cada trabajo que entregan es una mirada de muchas lecturas, compleja y sorprendente, donde la mirada sobre el género humano, el teatro dentro del teatro y la fabulación a veces delirante nunca faltan.
Es el caso también de ZOO, una supuesta conferencia en un supuesto lugar de Estados Unidos hecha por supuestos investigadores chilenos sobre una supuesta etnia casi extinguida en el confín de la tierra.
Desde el comienzo la parodia ocupa su sitio con todo lo que significa parodiar en la estética postmoderna, que es burlarse y también homenajear, construir, al mismo tiempo que la carcajada, una reflexión y no hacerle asco al momento poético que pueda brotar de un juego de espejos, donde las preguntas se podrían multiplicar unas sobre las otras cargando de significado lo que podría leerse como una extraña comedia antropológica que interroga a la antropología, es decir, al hombre mismo, al ser humano, en un juego epistemológico oculto, subterráneo, recubierto con sonrisas y gags de primera línea.
No quiero revelar los chistes secretos de la obra, cada uno un pequeño poema, como el juego de palabras de los nombres y la supuesta lengua perdida de la supuesta etnia que son para desternillarse de la risa y al instante preguntarse de qué estamos hablando en verdad y resulta que las preguntas que dejan caer son de lo más serias.
Cierto público las tomarán, otros recibirán la sonrisa de lo paródico, leerán la caricatura que también la hay, otros se quedarán con la pregunta que queda en el aire con el juego mimético final (y me pongo difícil para que se lo imaginen, no quiero estropear la sorpresa) o con el sentido poético del texto a oscuras traducido en un monitor al inglés del supuesto público de especialistas.
El espectáculo está en la Sala Ana González del Centro Cultural Estación Mapocho, casi en la buhardilla. Un espacio muy pequeño cuya elección tiene que ver con la obra pero hace lamentar funciones repletas donde hay que llorar una silla.
Si no la pueden ver ahora, crucen los dedos y estén atentos a esos ciclos que organiza Teatro de Chile con una Manuela Infante que empieza a dirigir tanto fuera como dentro de Chile, con una propuesta que no tiene parangón por estos lares.
Al final de ZOO, registrados por cámaras intrusas, no sabremos si somos sujetos de investigación o investigadores fugaces. No en vano todo teatro es antropología en algún sentido y toda teoría contiene un germen de fabulación desenfrenada e irreverente.
Si ya tiene las entradas, acuérdese que pude ir tranquilo y reir como inquietarse con la interrogante final y congelar la risa en la cara y saber que la parodia convive en estos tiempos con la filosofía y eso le hace muy bien a ambas.
Y si no las tiene, persigan al Teatro de Chile que tiene intérpretes de lujo y una directora que está marcando época. Se agradece.