Por Francisco Javier Bernales
Hace más de 100 años que no se daba en Chile; podrían pasar otros 100 años y nada grave ocurriría si no se da.
“Lakmé” es una obra bastante básica, de música dulzona y liviana, con orquestación débil que fundamentalmente sirve para acompañar a los cantantes, quienes por su lado tampoco tienen oportunidad de gran lucimiento ya que aparte de los fragmentos conocidos, Delibes se preocupa de cortar cualquier proyección hacia algo más complejo. Cuando aparentemente encuentra un tema melódico interesante a desarrollar, rápidamente lo corta con un golpe de orquesta y vuelven las frases de relleno.
En este contexto y debido a lo débil del argumento y su música, cuando algún teatro importante se decide por dar “Lakmé”, se preocupa de ofrecer una puesta en escena impresionante que sirva para suplir las debilidades de la obra. De esa manera, el público podrá gozar de un espectáculo visual cuyo argumento da para elaborar fantasías exóticas de la India, sus templos, vestimentas y deidades.
En la puesta en escena de Jean Louis Pichón y Jerome Bourdin, más la iluminación de Michel Theuil, nada de esto ocurre.
Más bien los acontecimientos suceden en una especie de túnel, muy similar a una estación de metro en azul, en que sofoca el encierro bajo tierra ya que en ningún momento podemos sentir el exterior. Incluso en la escena del bosque, que Lakmé describe como una casita escondida entre los árboles verdes, también allí está presente el túnel, por cierto con nada de verde.
En el vestuario sí que alcanzamos a imaginar algo relacionado con la india, especialmente en el Rasta Nilakantha.
La régie fue absolutamente básica y casi ridícula. Al parecer todos eran videntes puesto que anunciaban la llegada de los personajes antes de que aparecieran, estáticos hasta la saciedad. Sencillamente no hubo régie.
Nuevamente la modernidad escupe groseramente lo que podría haber sido una puesta en escena ambientada de acuerdo al libreto.
El afán de cambiar lo tradicional por algo moderno, esta vez nos perjudicó sobremanera.
En lo musical, el maestro Maximiano Valdés hizo lo que pudo con la partitura, sacó muy buen sonido a la orquesta, aunque habríamos deseado algo más de vitalidad para sacar del olvido a la obra.
En lo vocal, destacó el brasileño Leonardo Neiva, como Nilakantha, con un sólido timbre bajo baritonal y dentro de lo que se pudo, buena actuación.
Como Lakmé, la soprano rusa Julia Novikova, de agradable timbre y aceptable volumen, nos dejó al debe con la nota final de su aria principal, la cual sólo esbozó para inmediatamente caer desmayada, sin dejar de hacer notar su impecable afinación y hermosos pianísimos.
Gérald, en manos del canadiense Antonio Figueroa, de voz limpia y diáfana, pero muy confidencial —ya que su pequeño volumen prácticamente hizo que la función se desarrollara sin tenor: fue poco lo que se le oyó— y si a esto le agregamos que la escenografía no contempló algún sipario para solucionar el problema de su volumen, su voz siempre se va a perder en el largo túnel hacia atrás diseñado para la ocasión.
¿Vale la pena traer desde España a una cantante para el rol de Mallika? Nos hacemos la pregunta ya que en Chile hay buenísimas cantantes y Nerea Berraondo lo hizo muy bien, pero pensamos que podría haberse aprovechado a algún elemento nacional para este pequeño rol.
Aimery Lefevre fue un correcto Frederic, sin descollar. Sin embargo nos llamó la atención la voz y el excelente desempeño de Rony Ancavil como Hadji, y el de Claudia Godoy como Mrs. Bentson, muy bien ambos. Madelene Vásquez como Ellen y Daniela Ezquerra como Rose también aportaron lo suyo en extraordinarias condiciones.
Como toda obra francesa, hubo algo de ballet y las coreografías de Edymar Acevedo chocaron con la puesta en escena: fueron inspiradas en la India y como la ambientación era de cualquier parte, habría sido mejor la danza moderna o algo atemporal.
Una función que agradó al público por su música fácil y dulce, pero que dista mucho de ser lo acostumbrado en el Municipal.
En absoluto acuerdo, lamentablemente me siento defraudada por esta versión tan básica de lakme. No se lució el tenor, con su poco peso actoral y poco volumen de voz. Lo mejor el vestuario y los personajes secundarios como el barítono.
Es también una pena que esperemos 100 años para ver nuevamente esta obra con cantantes que no le dan el ancho requerido para una espera tan larga.