Por Francisco Javier Bernales
Anoche hervía el Movistar Arena.
12 mil almas cantaban junto a Plácido Domingo en un concierto inolvidable para el público, junto a Verónica Villarroel, adorada por la audiencia.
Asistimos a una fiesta ¡de aquéllas! con un público heterogéneo que gozó en esta explosión de color y música.
La primera parte, para la ópera. Verónica muy bien, sin dejar de reconocer que su voz ya no es la de antes, pero su interpretación es buenísima y salva con arte, las limitaciones vocales.
Domingo, por su parte, haciendo de barítono en la peor idea que se le podría ocurrir: es que es malísimo como barítono. Es un tenor con timbre de tenor y cantando arias de barítono con todas las limitaciones que aquello contiene, sencillamente es un desastre y nunca acabaremos de entender la razón que lleva a un cantante de su altura y que aún conserva gran parte de su material, a elegir semejante barbaridad para seguir arriba de los escenarios. Hay que saber cuándo retirarse o si se prefiere seguir, pues debe elegir un repertorio adecuado a sus actuales condiciones.
Para su edad, en la que la mayoría están retirados, Domingo conserva casi intacta su voz. Obviamente hay un desgaste que se evidencia, su respiración, el fiato, cierto temblor, pero no es nada comparado con lo que podría pasar después de 50 años cantando.
Es un fenómeno.
¡¡Y así lo comprobamos en la segunda parte del recital!! en que canta zarzuela y canciones y que junto a Verónica encendieron el MoviStar.
La locura llegó al final, al entrar a escena un mariachi completo, con todas las de la ley y Domingo cantó sin duda la obra maestra de la velada, “Ella”, de José Alfredo Jiménez, en una interpretación que sólo un grande puede dar. Le sale lo mexicano y su arte convierte este tema en una clase de canto y sentimiento; sigue con “El Rey”, coreada por el respetable. A estas alturas el delirio era general.
Un recital muy especial, de contacto íntimo entre ellos y el público.
Desearíamos que Plácido elija un repertorio adecuado para continuar su carrera. Al hacer de barítono, perjudica a la ópera, perjudica a los nuevos talentos que desean ocupar un lugar en los grandes teatros que actualmente lo contratan para vender más entradas y se perjudica él mismo al adentrase en roles que no le quedan, sin pensar que con el material que aún le queda, puede abordar repertorios que le seguirán dando fama.
Hace rato está entre los grandes y no necesita seguir insistiendo en subir más. Ya está en la cima desde hace tiempo.