Por Francisco Javier Bernales
Por fín se mató el chuncho. ¡La tercera es la vencida!
En 1982, sólo pudimos ver a Carlo Cossutta en la primera función. Después enfermó, el tenor lírico David Rendall, que intentó hacer de tenor dramático en Otello sólo en la primera función, ya que el paro de la orquesta liquidó las funciones restantes.
Ahora “Otello” volvió en gloria y majestad con una función que difícilmente pueda ser superada.
Una puesta en escena de Pablo Maritano con una dirección escénica notable, llena de detalles, ágil, lógica, bien estructurada. Todo un lujo de regie.
Para la escenografía de Enrique Bordolini también hay elogios. De bella confección, bien solucionada, colorida. Sólo el vestuario de Luca Dall’Alpi nos confundió al creer que estábamos viendo “I Puritani” o “Roberto Devereux”. Nos extrañó y nos hizo pensar cuál sería la razón de poner ingleses en Chipre. A pesar de eso, es bello igualmente.
La multimedia y la iluminación completaron un cuadro en el cual no fue necesario hacer estupideces como que Otello entrara en monopatín. O alguna barbaridad de esas “modernas” que a algunos les gustan. Pero que hay consenso entre los grandes artistas, músicos y cantantes, que obedece a una moda perjudicial producto de la necesidad de brillar de algunos regisseurs que les importa un bledo la ópera y que pronto debería desaparecer.
Quizás el único punto discutible sería la innecesaria alta velocidad que el maestro imprimió en ciertos pasajes, lo cual notoriamente hizo que los cantantes debieran apurar el tranco y dejar de lado la oportunidad de lucir la música y dejarnos gozar y masticar de buena forma la increíble genialidad de Verdi. Al parecer, quería finalizar antes la función.
De la sonoridad de la orquesta, nada que decir, salvo que el maestro, al parecer, está más acostumbrado a Rossini que a Verdi, pues hubo pasajes en que faltó el peso verdiano. Kristian Benedikt fue un Otello extraordinario, tiene el timbre, tiene la voz y tiene los agudos, en suma, habría sido perfecto si no fuera porque el maestro Allemandi no lo dejó lucirse más. Por ejemplo, en su “Dio mi potevi scagliar”, que hubo de ser cantado a toda velocidad, contrariamente a la lentitud acostumbrada que nos permite disfrutar de cada frase. Gran “Otello”.
También una gran Desdémona la que nos entregó Keri Alkema, voz grande, dúctil y bella, nada más se puede pedir; Evez Abdulla en Yago partió algo tímido pero poco a poco fue sacando la voz y finalizó extraordinariamente, gran actor, bello timbre y gran musicalidad. Sergio Jarláz nos dejó boquiabiertos con su Casio, qué buena impostación, qué volumen y qué bello timbre, un siete. En general, todo el elenco fue parejísimo y de un altísimo nivel. Lodovico, en manos de Alexey Thikhomirov, bella voz; Claudio Fernández, como Roderigo, estupendo; Evelyn Ramírez, de Emilia, superior; Sergio Gallardo, bella voz para Montano. Y un Heraldo de lujo, Javier Weibel.
Desde el inicio se notó que el elenco era de primer orden, con una hermosa puesta en escena. Este “Otello” quedará en el recuerdo como un inolvidable del Teatro Municipal. Se merece un gran elogio Andrés Rodríguez, al haber elegido y conseguido un elenco de estas características.