Por Francisco Javier Bernales
Bellísima producción de Roberto Oswald y un hermoso vestuario de Aníbal Lápiz con la dirección orquestal del maestro Andriy Yurkevych, quien nos sorprendió con una vitalidad impresionante, un claro sonido orquestal bien afiatado y una velocidad que en momentos fue algo excesiva.
La orquesta respondió de maravillas en esta difícil partitura de Puccini, un reconocido orquestador endiablado.
El Coro del Teatro Municipal una vez más nos dejó boquiabiertos, su sonido y su unidad son de nivel superior.
Esperábamos ansiosos el debut internacional de Paulina González como Liú -ya la habíamos aplaudido efusivamente en Cosí fan Tutte- pero Mozart no es Puccini, posee un órgano vocal extraordinario y refinada musicalidad. Es imperativo que acuda a perfeccionarse al extranjero para abordar otro tipo de roles. Si bien es cierto que su performance fue muy buena, debe trabajar su voz, centrarla correctamente, ductilizarla aún más y adentrarse en el mundo del pianissimo, ya que tiene de sobra material para llegar muy lejos.
Muy buen Timur el bajo Alexey Tikhomirov de volumen destacado y agradable timbre, convenció completamente.
A última hora le solicitaron a Kristian Benedikt reemplazar al Calaf original. Como Otello lo aplaudimos ya que es difícil encontrar quien cante un Otello aceptable y él fue más que eso, sin embargo acá adoleció del refinamiento necesario. Todo lo que tenga que ver con agudos estuvo impecable, pero su voz central siempre en forte impide que pueda matizar correctamente. Su técnica es curiosa, su centro suena siempre algo apretado y de volumen regular pero cuando va al agudo, una fuerza misteriosa lo hace agrandar y afirmar correctamente.
Elisabete Matos como Turandot, aparentemente ya ha perdido parte de su centro pero conserva intactos sus agudos y su volumen, y tal como con Calaf, le sucede aquello de que su voz central suena opaca y cansada, pero cuando tiene que ir arriba, lo hace en forma espectacular. Ni Calaf ni Turandot hay debajo de las piedras, por lo que valoramos el esfuerzo.
Sorprendentes y extraordinarios resultaron Ping, Pang y Pong, 3 personajes en 1, por lejos lo más destacado de la función y así lo entendió el respetable ya que no es habitual que se les ovacione como ocurrió. Patricio Sabaté, Gonzalo Araya y Pedro Espinoza superaron toda expectativa tanto en lo vocal, lo actoral y por sobre todo lo musical. Muy buen Mandarín el de Cristián Lorca, voz grande y sonora, lo que se necesita para abrir la ópera. Especial felicitación a José Barrera que logró extraordinariamente entregar la vejez del anciano Emperador Altoum.
El Coro de niños del Grange nuevamente aportó su profesionalismo y corrección.
Una bella función de una difícil y compleja obra del más exigente de los grandes maestros italianos. Vale la pena ir de todas maneras…