Por Marco Antonio de la Parra
@marcodelaparra
Esta vez navegamos en aguas turbulentas a través de la niebla.
Haruki Murakami lidera todos los sistemas de apuestas, pero eso significa poco o nada. Tal vez lo gane por agotamiento.
Philip Roth sigue castigado por ser un escritor judío-norteamericano a la sombra de Saul Bellow y Amos Oz, gigante de las letras hebreas, en un controvertido momento político.
Nombres desconocidos se suben a las apuestas, como el keniano Ngugi Wa Thio’go, la bielorrusa Svetlana Aleksijevitj, Assia Djebar (novelista argelina que insiste en aparecer hace años), quienes acompañan al rumano Mircea Cartarescu, mi adorado poeta sirio libanés Adonis, el magistral John Ashbery que no lo recibirá, ni tampoco Thomas Pynchon, aunque hayan reinventado la poesía y la narrativa norteamericana, y el novelista albanés Ismail Kadaré, autor de una obra enorme y contundente, incluyendo ensayos preciosos y tremendos sobre las guerras balcánicas.
En habla hispana, sólo Javier Marías; conocidos a rabiar Umberto Eco o Bob Dylan, que sería un gol de media cancha, o Salman Rushdie, cuya fama funesta cubrió esa gran novela que es “Hijos de la medianoche”.
Los cálculos apuntan lejos de la raza blanca y posiblemente al tercer mundo, y con todo para dar un golpe a la cátedra con un nombre absolutamente desconocido.
Ojo con el húngaro Peter Nadas, el reiterado Cormac McCarthy, un dramaturgo como Tom Stoppard (hace tiempo que no cae un hombre de teatro) o un nombre sorpresa, joven y exitoso a gritos como Karl Ove Knausgard, el noruego más aplaudido por el público y la crítica en este momento, muy ligado a la tradición narrativa sueca (y sabemos que, de vez en cuando, es importante jugar de local).
Hay un montón de nombres más.
Pero no veo al Nobel con ojos rasgados ni mujer.
Nos vemos el jueves.