Por Justo Pastor Mellado
La Presidenta perdió una oportunidad. En verdad, nunca la tuvo. Primero, la invitación a los periodistas partió mal, no pudiendo esconder el tono de reparación tardía por la desacreditación infligida en la reunión a puertas cerradas con la prensa extranjera. Segundo, el tono doméstico de sus declaraciones la expuso en su “verdadera condición”, aquella que la delata como efecto de una construcción comunicacional, avalada por el deseo de ilusión compensatoria de sus partidarios.
Por ejemplo, cuando define el perfil para un nuevo ministro, afirma una perogrullada: será alguien que esté de acuerdo con su programa. Esta manera de formular como hallazgo una cuestión de sentido común la deja en mal pie para responder a las críticas de quienes salvaron su gestión anterior, poniendo en evidencia su literalidad extrema en el manejo de asuntos públicos complejos.
Resulta sorprendente la fragilidad del “estilo de enunciación” de la Presidenta, cuando cualquier pregunta la pone -a ella y su equipo- en una situación de flagrante simulación. La sonrisa, el tono de voz, la construcción del fraseo, la distensión forzada, no son más que atributos fabricados por una política de comunicaciones que trabaja con un público cautivo, ya maltratado por el adelgazamiento del “proyecto socialista”. La distinción entre “vieja guardia” y “nueva guardia” pone en evidencia las nuevas formas de la voracidad de equipos gubernamentales que han llegado tarde al “reparto de lo visible”.
El capital político de la Presidenta jamás ha sido propio: la “vieja guardia”, la que ha sostenido la conductibilidad de su programa. La “nueva guardia” lo hace naufragar, en la medida de su ineptitud para “leer” las sutilezas de la fase. Tiene razón Andrade al calificar la ambición de Peñailillo. Duchamp tenía una frase: “El pintor como un estúpido”. Esta frase recompuso el campo del arte. Si es trasladada a la política, sería: “El operador como un estúpido”. Duchamp apuntaba a poner en crisis el concepto de representación. De modo análogo, Andrade, desde la “vieja guardia”, denuncia la ineptitud de unos operadores que se mantienen a flote a fuerza de una indolente literalidad. Lo que Peñailillo no calificó fue la gravedad de su propósito al establecer la “estúpida” distinción, exponiendo a la Presidenta como alguien a quien es preciso poner una guardia.