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Huida

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Por Carlos Franz

Thelma y Louise se toman de la mano y saltan al abismo del Gran Cañón del Colorado. Van a bordo de un Ford descapotable de color verde que vuela, por unos instantes, sobre el precipicio… Y ahí las dejamos: volando. Fundido a negro. Fin de la película.

Ese desenlace en el aire es perfecto porque Thelma (Geena Davis) y Louise (Susan Sarandon) habían iniciado su viaje abandonando a hombres que les cortaban las alas, hombres que no compartían sus ensoñaciones de una vida con más vuelos. Thelma escapa de un imbécil machista y Louise se aparta de un músico bohemio incapaz de comprometerse (aunque es posible que ella tampoco sea capaz de hacerlo). Para distanciarse, ambas planean una escapada de vacaciones que por azar se convierte en una escapatoria de las convenciones e incluso de las leyes.

En un bar caminero un patán intenta violar a Thelma pero Louise lo impide y luego mata al agresor de un disparo. Ya que la violación no llegó a consumarse y ya que el hombre se había apartado de su amiga y estaba desarmado, ese disparo mortal no es exactamente preventivo (en defensa propia) sino vengativo. Louise había sido violada en el pasado, y ahora el desplante de este macho que agredió a su amiga le recuerda esa experiencia, la enceguece y lo asesina. Por esa tardía venganza contra un malhechor distinto ningún tribunal absolvería a Louise, seguramente. Y a las amigas no les queda más que huir.

La escapada se convierte en escapatoria. El Ford Thunderbird verde convertible cruza el suroeste de los Estados Unidos por rutas secundarias. En el camino las amigas atraviesan algo más que fronteras estatales, también cruzan sus propios límites. Asaltan una licorería para conseguir dinero; levantan y seducen (Thelma) a un ladronzuelo que luego las esquilma; revientan el remolque de un camionero acosador. Como en las buenas películas de carretera, estas transgresiones les cortan toda retirada al tiempo que las empujan siempre más allá, hacia el horizonte vacío y su promesa de libertad.

Thelma & Louise, dirigida por Ridley Scott y escrita por Callie Khouri, es un ejemplo más bien escaso de película política que alcanza la calidad de obra de arte. Estrenada en 1991, buena parte de la discusión en torno a ella se centró en su tema ideológico: la liberación femenina y el disparo vengativo que la encarna. El riesgo de ese discurso político tan potente era reducir el filme sólo a una denuncia sociológica. Y en efecto, en alguna escena la ideología feminista subyacente en el guión aflora de manera demagógica: el policía llorón al que estas fugitivas encierran en el maletero de su patrulla cae en la comedia tendenciosa.

Sin embargo, en general la película evita ese riesgo entroncándose en una tradición que supera la denuncia. La mesera y la dueña de casa que se lanzan a cruzar los desiertos del oeste perseguidas por fuerzas superiores -y por su destino- son la versión femenina de un ideal que ambos sexos pueden compartir: abandonar las represiones de la vida burguesa para empezar de nuevo en un territorio sin fronteras, donde no tengamos pasado.

El pacto entre el espectador y la ficción fílmica exige esa “voluntaria suspensión de la incredulidad” que Coleridge consideraba indispensable para vivir la experiencia poética. Tal vez Thelma y Louise sean demasiado bonitas y su auto sea excesivamente deportivo y su decisión final quizás resulte exagerada. Nada de eso importa mucho, porque la película nos induce hábilmente a cumplir nuestro pacto como espectadores y suspender estas incredulidades. A cambio de nuestra fe, el filme nos ofrece, a mujeres y a hombres, el premio de explorar imaginariamente salidas que a menudo soñamos sin atrevernos a vivirlas.

Esa imaginaria exploración no es una evasión. Ni siquiera en sus momentos cómicos la película nos esconde que el camino de la huida suele conducir al abismo. Al final del filme la boca abierta del Gran Cañón se atraviesa en la escapatoria de Thelma y Louise. Atrás las espera un batallón de policías apuntándoles con sus rifles. Adelante, esa boca geológica las reta, como si les dijera: para huir de verdad sólo les queda volar.

Louise presiona el acelerador y el descapotable verde con ellas abordo salta al vacío. Fundido a negro. Fin de la película. Pero no es el fin de la historia, porque las valientes y románticas Thelma y Louise siguen volando en su sueño de libertad y en nuestra memoria, hasta ahora.

Carlos Franz, cine, Coleridge, Ford, Geena Davis, Gran Cañón, Ridley Scott, Susan Sarandon, Thelma y Louise

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