Celebrar en familia
El recuerdo de la fiesta de la Navidad es familiar, pues el creyente recuerda el misterioso paso que la Divinidad dio, si se puede decir así, ya que en el hombre Jesús, por la Encarnación, se unieron el cielo y la Tierra. Así, esa realidad misteriosa, que gozosamente festeja la fe, inauguró la familia de […]
El recuerdo de la fiesta de la Navidad es familiar, pues el creyente recuerda el misterioso paso que la Divinidad dio, si se puede decir así, ya que en el hombre Jesús, por la Encarnación, se unieron el cielo y la Tierra. Así, esa realidad misteriosa, que gozosamente festeja la fe, inauguró la familia de Dios con los hombres.
Pero se vienen el fin del año y el inicio del que vendrá, y aunque el cómputo del tiempo sea una realidad irreal, dado que todo es un continuo, la esperanza surge en los corazones y se espera que lo que ha de venir, lo que haya de ocurrir, sea mejor que lo que se ha vivido. Esta fecha nos permite reflexionar en el misterioso tiempo, del que Agustín de Hipona decía: “Sé lo que es en mi interior, pero no sé cómo explicarlo a los demás”.
¿Nacieron el tiempo y el espacio con el Big Bang? ¿Son ellos una categoría de la mente? ¿Qué son en realidad? Que los físicos y astrofísicos lo descubran, pero el tiempo es una realidad fantástica que permite crecer y a la vez decrecer, en el constante trabajo de los seres por vivir. Muchas han sido las respuestas que los filósofos han dado al tiempo, y que en estas breves líneas no es posible siquiera reseñar.
Los antiguos —con toda la inteligencia prodigiosa del genio griego, iniciador de la filosofía que valoraba la razón por sobre todo— vieron al tiempo en lo que se podría decir un eterno retorno, con lo que la existencia humana estaba condenada a un eterno volver y volver, hasta acabarse, disolviéndose en un inseguro más allá, si es que lo había. Sus mitos trataron de explicitarlo, pero no lo consiguieron. Es muy extraño que el pensamiento helénico no haya concebido en sus filosofías el concepto de creación, tal vez porque es más religioso que racional.
Sería el genio judío el que vislumbraría, partiendo de su historia, que el tiempo tenía un sentido, como lo tenía su misma historia. Así, la realidad transcurriría entre la creación y la consumación de los tiempos.
El pensamiento religioso filosófico cristiano completó el sentido del tiempo, ya que desde la creación y con Jesús, que anunció el advenimiento de Dios en la Tierra, todo se encaminaría hacia el fin glorioso, donde el mismo Dios sería la respuesta a todas las preguntas de la Humanidad.
La doble realidad temporal, que avanza y permite crecer, y que a la vez va corroyendo, para el que cree, deja de tener un sentido terrorífico, ya que lo que se espera es la plenitud. Por ello, celebrar un año nuevo es motivo de alegría y esperanza, y los festejos no sólo son legítimos, sino que además necesarios.
La melancolía embarga el corazón, ya que se ve desgranado un año, y sobre lo que se vivió, amó y creó ya no se tiene poder para cambiarlo, y ha quedado para siempre, como la memoria nos lo recuerda, de modo que pensar en rehacerlo o cambiarlo es imposible. El remordimiento también aparece, ya que lo que fue negativo tampoco lo podemos cambiar, ni disolver los pecados cometidos.
Pero, por otra parte, la esperanza y la alegría vuelven a embargar los corazones, ya que se está ante una posibilidad nueva para cambiar, mejorar, enmendar y vivir mejor. La confianza natural y la fe sobrenatural se hermanan y se apuesta por que el año que ha de iniciarse será mejor. Por ello, es muy bueno celebrar con la familia y los amigos, ya que se tienen 365 días para ser mejores, trabajando, viviendo, amando y creando un mundo mejor