Después de La Haya se necesita un cambio cultural
No habla bien de nuestros pueblos que después de casi 14 décadas sigamos tan pegados en las consecuencias de la Guerra del Pacífico. No es normal tampoco que llevemos varias semanas hablando de un fallo que no sabemos cuál va a ser, como si se tratara de algo que nos fuera a cambiar la vida a chilenos […]
No habla bien de nuestros pueblos que después de casi 14 décadas sigamos tan pegados en las consecuencias de la Guerra del Pacífico. No es normal tampoco que llevemos varias semanas hablando de un fallo que no sabemos cuál va a ser, como si se tratara de algo que nos fuera a cambiar la vida a chilenos o peruanos. Los medios de comunicación y el mundo político han contribuido a generar un ambiente que, sin responder a una preocupación de la gente común, termina alimentando los prejuicios y un patriotismo mal entendido.
Es que en vez de incentivar el conocimiento del otro y de levantar la mirada hacia una ciudadanía más amplia, nos hemos mantenido en una identidad provinciana que no logra despegarse de las disputas y diferencias históricas entre nuestros pueblos. Encuestas aplicadas a niños chilenos y peruanos muestran que los prejuicios se construyen mucho más en el ambiente cultural de nuestra sociedad que en la escuela, pero que la educación no rompe con ellos. Al contrario, los reafirma.
La Guerra del Pacífico sigue siendo el hito histórico más importante enChile para reafirmar la identidad y fomentar el nacionalismo. Es motivo de orgullo y sentido de superioridad, en contraste con nuestra actitud desmejorada frente a Argentina. Al contrario, esa guerra en Perú es motivo de humillación. No es casualidad que la mayoría de los peruanos crean que Chile no respetará el fallo del próximo lunes. Los estudiantes chilenos conocen las gestas heroicas y no los horrores de la guerra, y aunque el marco curricular es cuidadoso, la formación de nuestros docentes es tradicional. Por otra parte, los énfasis en nuestra interpretación histórica están también reducidos a los factores políticos, militares y económicos.
El historiador Eduardo Caviedes, estudioso del tema, plantea la necesidad de resignificar la historia: “No se trata de soslayar los problemas, sino de ir adelante con los ojos del siglo XXI, no con los del siglo XIX”. Hay muchos esfuerzos interesantes por asumir la historia en conjunto, también nuestros errores, pero la verdad es que no han tenido el apoyo necesario para constituirse en una política que contribuya a disminuir la desconfianza entre nuestras naciones.
La pregunta es si seremos capaces de usar el veredicto de La Haya como una oportunidad para acercarnos, o si éste nos alejará más. ¿Será el fin de nuestras disputas históricas? Lo cierto es que sea cual fuere el resultado, y si queremos que así sea, no bastarán los acercamientos políticos ni el intercambio económico. Se requerirá de gestos simbólicos que tienen más que ver con la cultura y las emociones. Deberán generarse o fortalecerse políticas que fomenten iniciativas binacionales que permitan el intercambio cultural, festivales, trabajos voluntarios, becas, encuentros de profesores y el conocimiento mutuo, especialmente entre los jóvenes. Será necesario pasar de las discusiones sobre el pasado, a pensar en la construcción del futuro.
Es un momento también para trabajar en nuestras escuelas, apoyando con información seria que permita hacer debates enriquecidos, fortalecer valores de respeto y comprensión de la diversidad, especialmente en un contexto en que la inmigración llegó para quedarse. Construir esa visión compartida de futuro necesitará de la voluntad explícita de los gobiernos de ambos países, pero también deberá contemplar la participación activa de la sociedad, los medios de comunicación, los jóvenes y las iglesias, entre otros, para que ese esfuerzo entregue los frutos de paz esperados.