Las múltiples dimensiones de la desigualdad
Esta semana en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile hemos organizado un Taller de Verano denominado “Las múltiples dimensiones de la desigualdad” para estudiar uno de principales desafíos que enfrenta el país. La desigualdad ha sido una bandera de lucha de los partidos del centro y de la izquierda en […]
Esta semana en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile hemos organizado un Taller de Verano denominado “Las múltiples dimensiones de la desigualdad” para estudiar uno de principales desafíos que enfrenta el país.
La desigualdad ha sido una bandera de lucha de los partidos del centro y de la izquierda en Chile. Fue el caso de los gobiernos radicales desde Pedro Aguirre Cerda, la “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei Montalva, la “vía chilena al socialismo” de Salvador Allende y -en su versión moderna- el “Crecimiento con Equidad” del Presidente Salvador Allende, el “Crecimiento con Igualdad” del Presidente Lagos y recientemente el “Chile de Todos” de la Presidenta Bachelet.
Es tan evidente que la desigualdad es un problema serio, que la derecha decidió tomarlo también como eslogan de campaña. El lema de la breve campaña presidencial de Pablo Longueira era “Por un Chile más Justo” y en 2005 el Presidente Piñera decía que “no iba a gobernar para los empresarios”.
La desigualdad que vive Chile es un tema crucial del cual hay que hacerse cargo ahora. Puede que a algunos no les guste, pero es un tema imposible de ignorar.
Los números dan la razón a esta lógica. Baste decir que el coeficiente de Gini (que fija la desigualdad máxima en 100) medido para ingresos autónomos luego de haber tenido un peak de 56,0 en 2003 se encuentra en 52,6 en 2011. O sea, en los últimos años ha habido una mejora en la desigualdad en Chile, pero sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo.
¿De dónde proviene? ¿Qué políticas adoptó este gobierno o el anterior que justifiquen esa mejora? Hay algunas sospechas: el pilar solidario de la reforma previsional de 2008 pudo ayudar. El Ingreso Ético Familiar quizá lo haga, aun cuando es una reforma reciente y no explica la tendencia.
¿Será la mejora distributiva reciente consecuencia de la cercanía al pleno empleo? Es la visión que promueve el gobierno. Evidentemente, algo de esto debe haber. Pero la pregunta es: ¿cuánto de esta mejoría es por un mejor mercado del trabajo y cuánto se explica por los altos precios de materias primas de los últimos 10 años?, y de cara al futuro, ¿qué significa que aparentemente estemos cerca del fin del superciclo de commodities ? ¿Hemos aprovechado bien la abundancia de los altos precios del cobre para generar bases más sustentables para un crecimiento inclusivo y justo? Debemos ser prudentes y no cantar victoria antes de tiempo.
Un aspecto crucial son los impuestos. A partir de la distribución que tengan los ingresos autónomos, el Estado cobra impuestos y gasta. La OCDE compila estos datos y en ellos se aprecia que después de la acción de las políticas tributarias y de gasto público, la distribución del ingreso mejora en todos los países. En Chile, el Gini mejora desde 52,6 a 49,4; o sea, 3,2 puntos. Esta mejora es la menor de entre los países de la OCDE, incluidos México y Turquía.
La distribución de los ingresos autónomos de Chile no difiere mucho de países como Reino Unido (50,6) o Alemania (50,4). La gran diferencia es que en el tiempo han sido capaces de cobrar impuestos y redistribuirlos. El hecho que se trate de países ricos y prósperos sugiere que dichos impuestos son percibidos como legítimos, lo que depende en parte de la calidad del gasto público.
Esta parece ser un primer gran desafío de Chile: generar masivos recursos para el Estado que sean eficientemente gastados para que la sociedad tolere dichos altos impuestos. La eficiencia se mide en que se genere un proceso endógeno de mejoras distributivas con crecimiento económico.
Los economistas tradicionalmente nos concentramos en la desigualdad de ingresos, porque suponemos que la igualdad que se pueda obtener en este espacio podrá ser utilizada por los individuos para conseguir espacios de igualdad en otros (acceso a educación, calidad del empleo, al ocio, etc…).
Pero no es cierto que los ingresos sean suficientes para adquirir mayor igualdad en otros planos. Puede incluso ocurrir lo contrario: algunas barreras no económicas generan desigualdades en espacios de la vida que pueden -a la inversa- tener impacto negativo en la desigualdad de ingresos autónomos.
Así, nos interesa la exclusión y la segregación en ámbitos como género, diversidad sexual, minorías étnicas y culturales. También hemos incorporado en nuestro espectro de preocupaciones la movilidad social, la desigualdad de oportunidades, en materia de acceso a la educación o de expresión de la influencia política entre otras. No todo esto podrá ser analizado en el taller, pero forman parte del problema.
Un aspecto relevante es el discurso. En un momento del tiempo la distribución del ingreso refleja la distribución del capital humano y físico y de sus remuneraciones. El debate distributivo puede ser percibido como un cuestionamiento a la forma como los factores productivos se relacionan y organizan.
La reacción frente el riesgo que pueden percibir los sectores afectados por una agenda distributiva es importante. Albert Hirschman señalaba en “Retórica de la reacción” tres etapas argumentativas contra las ideas progresistas que se dieron prístinamente en la campaña presidencial: (a) perversidad (ej. eliminar el FUT es sacarles plata a los ricos para dársela a los pobres); (b) inutilidad (ej. eliminar el financiamiento compartido no va a terminar con la segregación); (c) miedo (ej. la reforma tributaria es la responsable de la caída de la inversión). El éxito de esa retórica puede hacer fracasar la agenda distributiva.
Cuando hay amplia conciencia del problema distributivo, la forma de plantear la agenda distributiva y la forma de reaccionar frente a ella son cruciales. Y todos tienen, en esta materia, responsabilidades y deberes.