Lecciones de la Guerra del Pacífico
A pocas horas del fallo de La Haya, no puedo dejar de pensar en dos parientes míos que, al igual que miles de otros chilenos, corrieron el destino de vivir la Guerra del Pacífico, raíz delconflicto limítrofe actual entre Perú y Chile. Aunque peque de autorreferencia, debo mencionar a estos antepasados, pues sus historias sirven para recordar el […]
A pocas horas del fallo de La Haya, no puedo dejar de pensar en dos parientes míos que, al igual que miles de otros chilenos, corrieron el destino de vivir la Guerra del Pacífico, raíz delconflicto limítrofe actual entre Perú y Chile. Aunque peque de autorreferencia, debo mencionar a estos antepasados, pues sus historias sirven para recordar el origen de este largo litigio.
Nuestros libros de historia señalan que la causa principal de la Guerra del Pacífico fue el gravamen impuesto por Bolivia al salitre que explotaba la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. Esta empresa fue fundada por José Santos Ossa y Francisco Puelma, abuelo de mi abuela, Sara Orrego Puelma. Fueron los primeros chilenos en salir a invertir al exterior (otros dirían que fueron los primeros imperialistas chilenos). En 1866 obtuvieron del gobierno boliviano “la posición y el derecho de explotar aquella tierra en que descubriesen salitre o bórax”.
Fueron dos grandes emprendedores y hombres de visión. Para exportar el mineral, iniciaron el desarrollo del puerto de Antofagasta cuando esa ciudad era un pequeño asentamiento indígena perdido en la costa deldesierto de Atacama. Instalaron el primer ferrocarril y, sobre todo, crearon los cimientos de nuestra industria minera. Hasta aquí, mi orgullo y admiración.
Como es sabido, la Compañía rechazó pagar un gravamen mayor al pactado en el convenio original. El gobierno boliviano reaccionó ordenando el embargo de sus bienes y nacionalizó la explotación del salitre. El gobierno Chileno, frente al pedido de ayuda por parte de los empresarios, respondió ocupando Antofagasta. Bolivia entonces recurre al pacto secreto de defensa con Perú, iniciándose así La Guerra del Pacífico en 1879.
Este incidente nos deja algunas lecciones. Los gravámenes no son inmutables. Bolivia tenía derecho aplicar el impuesto en cuestión, del mismo modo que Chile aplicó recientemente el royalty al cobre. Por otro lado, no es legítimo embargar los bienes de una empresa extranjera si las negociaciones se traban. Sobre todo, es incivilizado recurrir a la guerra para resolver controversias económicas y limítrofes. Felizmente, esta última lección pareciera haberse aprendido. No así el uso del Estado para defender intereses privados.
Otro pariente a quien le tocó participar en la Guerra del Pacífico fue Eulogio Altamirano Ceresea, mi tatarabuelo. Encina, en su Historia de Chile, dice sobre él: “Entre las medidas más acertadas de (el Presidente) Pinto, debe contarse el envío de Altamirano al norte como secretario general del Ejército y la Armada. Por su carácter conciliador y ecuánime, y su tacto, era quizás el único hombre que podía alcanzar la conciliación, siquiera momentánea, entre Riveros y sus oficiales, Baquedano y los entorchados, y entre los dos comandos entre sí y con el ministro de Guerra”.
Superada esta lucha de egos, el Ejército y la Armada lograron imponerse sobre la coalición Perú-Bolivia. Ocupada la ciudad de Lima, Altamirano y el general Vergara tuvieron a cargo la primera negociación de paz. Según Encina, “en la reunión oficial del 1 de marzo, el ministro de Relaciones García Calderón pidió como condición previa que se celebrase un armisticio y que el Ejército chileno desocupara Lima. Altamirano se retiró diciendo ‘¡Esta es una broma!’ y se embarcó de vuelta a Valparaíso”. Así comenzó este largo litigio.
No me atrevo a juzgar la actitud de este antepasado. Por lo general, en toda guerra, la fuerza vencedora no acepta condiciones para negociar la paz. El problema grave fue que, durante la ocupación, nuestro Ejército cometió atrocidades, lo cual provocó el resentimiento y la desconfianza peruana existentes hasta hoy. A pesar de esta experiencia, las FF.AA. no reforzaron la enseñanza de la ética militar en la formación de su personal y bajo el golpe militar de 1973 volvieron a cometer atropellos y violaciones a los derechos humanos.
Si el Ejército hubiera actuado en ambas situaciones con profesionalismo, respetando la ética militar, y si nuestros políticos, a su vez, hubieran mostrado mayor sabiduría y espíritu conciliatorio, estoy seguro de que no estaríamos viviendo las secuelas de ambos incidentes y de que nuestros antepasados no estarían revolcándose en sus tumbas. Así de simple.