Los desafíos del humanismo, cristiano o no
En la espléndida interpretación de la obra “Rinoceronte” de Ionesco que se presenta en Santiago a Mil hay una frase que, escrita en 1959, llama la atención: “El humanismo ha muerto”. No se trata de la crisis del humanismo cristiano, sino de algo más general. Hacia el final de la obra, un actor señala (si […]
En la espléndida interpretación de la obra “Rinoceronte” de Ionesco que se presenta en Santiago a Mil hay una frase que, escrita en 1959, llama la atención: “El humanismo ha muerto”. No se trata de la crisis del humanismo cristiano, sino de algo más general. Hacia el final de la obra, un actor señala (si la memoria no me falla) “el hombre original ya no sirve, sólo el promedio es relevante”.
Si uno especula, esa lógica se podría aplicar, en distintos grados, tanto al totalitarismo soviético como al capitalismo norteamericano. El ser humano en ambos habría desaparecido detrás (o abajo) de las estructuras.
La crisis del humanismo de la que habla Ionesco es amplia, sin límites. En la obra, los individuos prefieren unirse a la masa (en este caso, ser rinocerontes) que existir como personas únicas. Diríamos que para muchos es preferible la dictadura de los promedios que la soledad de los casos únicos.
La muerte del humanismo no hacía referencia a su aplicación política, pero llama la atención porque en 1959 varios países europeos eran de inspiración humanista cristiana. No sólo Alemania -que sigue hasta el día de hoy-, sino también Holanda, Bélgica e Italia. En Chile, la Democracia Cristiana ya era un actor de primer nivel y se encontraba en ruta para gobernar el país unos años más tarde. Nadie puede decir que, en 1959, era evidente que el “humanismo” político estuviera en crisis.
Hoy sí pareciera ser el caso. Este fue el tema del seminario internacional organizado la semana pasada por varios centros de estudio (UMC, CDC, CED) respecto de los desafíos del humanismo cristiano, en el cual me invitaron a participar en el panel “Exigencias humanistas de la economía actual”.
¿Qué se puede decir del futuro del humanismo cristiano en el siglo XXI?
Primero es que el verdadero desafío es el que planteó Ionesco: darle viabilidad al humanismo. Punto. Es verdad que, en tanto filosofía, el cristianismo es universal en el sentido que muchos de los valores que son promovidos por variadas culturas en el mundo son coincidentes con el cristianismo. En ese sentido, darle sentido al humanismo, es darle sentido a su vertiente cristiana.
Lo que es limitante de la visión política del “humanismo cristiano” es pensar que ello está determinado por lo que piense, diga o haga la jerarquía de la Iglesia Católica. La Iglesia influye, sin duda, pero en un mundo en que el Estado está separado de ella y en el que ésta se encuentra cuestionada en varios frentes, el destino del humanismo hay que encontrarlo en otras fuentes.
Esta es mi proposición en los aspectos económicos:
Primero, la historia económica se puede leer como una sinuosa carrera por humanizar el funcionamiento del sistema económico, en el sentido de darles a los seres humanos los elementos necesarios para realizar una vida más plena.
El primer paso fue consecuencia de las ideas de Adam Smith que resaltó la relevancia de los mercados y la iniciativa individual para promover la riqueza de las naciones. Las invenciones tecnológicas que siguieron -como la máquina de vapor- revolucionaron la forma como funcionaban las sociedades tradicionales. La “revolución industrial” resultó en un capitalismo salvaje que a mediados del siglo XIX se contentaba, en Inglaterra y Francia, con limitar el trabajo infantil en fábricas y minas solo a partir de los 8 años.
La reacción fue la revolución proletaria y el marxismo que pretendió eliminar la opresión del hombre por el hombre terminando con las clases sociales para darles a todos una idéntica provisión de bienes y servicios. Sin embargo, para que pudiera ser de esta forma, fue necesario estatizar todos los medios de producción y en la práctica instaurar estados totalitarios.
Entre estos dos polos insatisfactorios surge en Alemania el concepto de Estado de Bienestar, inicialmente en torno al sistema de pensiones. Este sistema se caracterizaba por la provisión estatal, el financiamiento vía reparto y beneficios definidos y que gradualmente fue expandiéndose por Europa y América, incluyendo Chile.
El caso de mayor consistencia y determinación de establecer un moderno “estado de bienestar” fue el de lord Beveridge, en Inglaterra, que en 1942 planteaba que había cinco gigantes que conspiraban contra la previsible reconstrucción del país: necesidad (ingresos), enfermedad, ignorancia, miseria y desempleo. A partir de eso, su famoso informe dio paso al Estado de Bienestar inglés. En Estados Unidos, el equivalente correspondió al Second Bill of Rights de Roosevelt.
La implementación casi universal en occidente de estos principios no ha estado exenta de imperfecciones, incluyendo la captura en la determinación de beneficios por parte de grupos de interés y el desinterés por dotar a estos sistemas de un mínimo de incentivos que ayuden a su sustentabilidad financiera.
El neoliberalismo -”soluciones privadas a problemas públicos”- pretendió resolver el problema entregándoles a los mercados el manejo de los “cinco gigantes” de Beveridge. Hoy vemos que el resultado más que solucionar un problema público, privatizó el problema y con ello ha aumentado la segregación y la desigualdad.
El desafío del humanismo actual aparece con nitidez: darle un nuevo impulso al histórico proceso de humanización del sistema económico, a la extensión de los derechos ciudadanos en el ámbito de los derechos sociales.
Este nuevo impulso debe superar dos barreras. Primero, no perder de vista que debe primar la persona por sobre la estructura. Segundo, que debe hacerlo en un contexto de crecimiento económico porque como dijo Aníbal Pinto, “las condiciones de vida democrática son incompatibles con una economía estancada”.
Menudo desafío a quienes nos consideramos humanistas, cristianos o no.