Piñera a la hora del balance
Interesante leer las entrevistas de balance del Presidente saliente. Y evaluarlas intentando objetivar éxitos y carencias de los cuatro años de su gobierno. Asumir también esta gestión en la perspectiva de la dinámica política en el largo plazo y, además, para completar un buen examen, observar la evolución del personaje que encabezó el Ejecutivo desde […]
Interesante leer las entrevistas de balance del Presidente saliente. Y evaluarlas intentando objetivar éxitos y carencias de los cuatro años de su gobierno. Asumir también esta gestión en la perspectiva de la dinámica política en el largo plazo y, además, para completar un buen examen, observar la evolución del personaje que encabezó el Ejecutivo desde 2010 hasta hoy.
Respecto de lo primero —su administración—, lo principal que se puede colegir del ciclo de Piñera es que no promovió cambios estructurales en las ideas profundas que anidan en su sector (privatización, desregulación). En ello incidieron distintas circunstancias: haber debutado contemporáneamente con un terremoto de gran magnitud, que implicó un desafío estatal enorme; la temperatura social, expresada por un sinnúmero de conflictos locales o nacionales, claramente indicaba además, que el horno no estaba para bollos neoliberales. Es público que, en el capitalismo de la postcrisis, las soluciones privadas a los problemas públicos quedaron firmemente en retirada (no hay que olvidar que a los bancos privados de EE.UU. y en Europa los salvó el Estado). Hoy sólo la supina ceguera o la ignorancia siguen empujando ese carro de respuestas obsoletas y esquemáticas.
Por eso, no es extraño que cuando le preguntan al Presidente por su mayor logro él señale que es el aumento del postnatal a seis meses, una medida de claro contenido socialdemócrata. Sometidos a la vieja consigna de que “otra cosa es con guitarra”, a los administradores piñeristas se les hizo evidente que la demanda por bienes públicos, propia del estado de desarrollo del país y del grado de escolaridad e información de los ciudadanos (empoderamiento, le llaman), era imparable.
Por eso mismo, el Presidente se ha cuidado, en los últimos días, de poner en la primera línea de su desempeño, como producto estrella, algo innegable en su mandato, como el crecimiento de la economía y delempleo. Es obvio que esos números no encandilaron la apreciación ciudadana, si se miran con seriedad los datos de la primera vuelta, donde la candidata del gobierno obtuvo un modesto 25 % de votación, casi 20 puntos menos de los obtenidos por Piñera cuatro años antes. Los datos económicos duros no estimulan a los electores.
Piñera es confuso respecto de la suerte de su coalición y su propia responsabilidad en los negativos resultados electorales del sector. En lo estratégico, formalmente lo atribuye a las divisiones de la Alianza, pero de fondo sugiere como problema la influencia de la derecha tradicional, ésa que sigue anclada en el pasado pinochetista. El Presidente ve en esta situación una oportunidad grande de ser no sólo el próximo candidato presidencial, sino el único personaje que puede refundar y hacer crecer una alternativa política que viene a la baja. Y eso es lo que más le reprocha la unanimidad de la élite derechista. Al cabo de su gobierno, hoy todos los temas sensibles para el sector están en debate: la Constitución, el sistema tributario, el educacional, el laboral, las pensiones, los grandes temas valóricos. Y las soluciones que se ponen sobre la mesa no sólo les producen urticaria, sino que los tienen arrinconados, asumiendo posturas siempre reactivas.
En lo personal, el Presidente se insinúa, por el momento tímidamente, en el terreno de la autocrítica y la humildad (aunque igual se plantee como un Superman en materia de energía y deslinda en el Poder Judicial los problemas de la inseguridad). Ese cambio de estilo no es poca cosa en él y constituye un giro. Piñera anticipa una actitud constructiva para lo que viene. Esa disponibilidad a la cooperación constituye un buen plan para un ex Presidente que hará el máximo esfuerzo por no contaminarse con la crisis de la derecha y sus imaginables trifulcas.
Ese es, para él, el modo más adecuado de cerrar un ciclo que quedará marcado por las duras derrotas electorales de su sector, pero abierto a la interpretación histórica y, por sobre todo, como corresponde, a la comparación con el desempeño de la administración que parte el próximo 11 de marzo.