Sentimientos
Es difícil escribir a pocos días de anunciado un nuevo gabinete sobre el que se ha dicho todo, y para el mismo día de un fallo internacional que no alcanzaré a conocer. Sobre el fallo de La Haya, comparto la opinión de casi todos, transformada así en visión de Estado. Espero que sea justo con Chile y […]
Es difícil escribir a pocos días de anunciado un nuevo gabinete sobre el que se ha dicho todo, y para el mismo día de un fallo internacional que no alcanzaré a conocer.
Sobre el fallo de La Haya, comparto la opinión de casi todos, transformada así en visión de Estado. Espero que sea justo con Chile y sus derechos. Si no lo fuera, igual acataremos la decisión de una Corte a la cual aceptamos someter nuestras diferencias.
Dicho esto, vuelvo al país y su circunstancia, sobre todo para expresar sentimientos.
La Presidenta Bachelet jugó a las escondidas con su gabinete hasta el viernes pasado. La composición refleja voluntad de conducir personalmente sus prioridades y también consideración hacia la solvencia profesional y la diversidad de la coalición. Les deseo éxito de todo corazón. No sólo por sentirlos míos, sino que también porque es más arduo cambiar que continuar, y hoy sólo ella puede conducir el cambio.
Ocurre que las cosas no podían seguir tal cual habían sido hasta este momento. Eso es lo objetivo, lo indiscutible. Otra asunto es que eso genera subjetividades que se verbalizarán como izquierdismos, conservadurismos, pasiones varias, etc., y, también, que todo cambio contiene inevitablemente una cuota de continuismo.
Lo objetivo es que el avance de Chile sacó a millones de compatriotas de la extrema pobreza y transformó en actor social decisivo a una clase media anhelante de más y temerosa de volver atrás. El Estado chileno quedó obsoleto en su diseño de políticas sociales focalizadas en 5 millones de pobres que mayoritariamente dejaron de serlo. Al abandonar la pobreza, esos millones perdieron los apoyos estatales concentrados en aquella y enfrentaron la ausencia de políticas sociales para la nueva realidad a que habían arribado. Sufrieron los costos elevados y la desigual calidad de la educación, que hacían cuesta arriba los sueños de nuevos peldaños de avance para sus hijos. Pudieron acceder gracias a sus mayores ingresos y a la disposición de crédito antes inimaginables, a bienes de consumo masivo; pero vivieron la debilidad de las regulaciones a sus proveedores y se sintieron vulnerables. Nació en ellos una nueva sensibilidad a desigualdades que antes toleraban con resignación. De esa sensación de desamparo surge la mala evaluación de la política y de los empresarios, altos índices de desconfianza social y convicción de que lo logrado se debe principalmente a su propio esfuerzo.
Por suerte, no todos en la política y la empresa reaccionaron tratando de tapar el sol con el dedo, como lo intentó la derecha (y así le fue). También, por suerte, contamos con Michelle Bachelet y su impresionante liderazgo social, que monopoliza confianzas necesarias para cualquier gobernante en medio de un clima de generalizada desconfianza.
Muchos de los cambios que ahora se inician requieren tiempo para madurar. Por eso deben partir ya, pero alertas, para evitar errores de política y gestión que minen la fe en la cabeza del futuro gobierno. A nosotros ciudadanos, nos toca mantener confianza en ella ante las impaciencias o algún tropezón, porque por largo rato nadie puede soñar con hacerlo mejor.
También hay que grabarse que el programa es mayoritario, no de todos. Hay una ley no escrita que hace distinta la concepción de la democracia, cual es que todos tienen derecho y deber de ser considerados en la construcción política, económica y cultural del país. La institucionalidad debe reflejarlo y cambiarse si no lo logra cabalmente. Lo que diferencia a una democracia de un autoritarismo es la consideración a todos versus la imposición; y también, el respeto a la institucionalidad para implementar toda política versus el desmantelamiento o elusión de la institucionalidad so pretexto de mayorías, o de autoproclamarse portador de los anhelos de “todo el pueblo”. La historia entrega muchos ejemplos de las tragedias o monstruos que pueden generar pretensiones autoritarias camufladas de revolucionarias.
Confío en la Presidenta. Hagámonos cargo de Chile, no como observadores distantes, sino como actores de estos tiempos.