Un libro por abrir
Hasta ahora, el cambio de gobierno marcha de modo impecable. Ejemplo de “modernidad” en todas sus etapas. La Concertación eligió a su candidata hace 4 años y no tuvo necesidad de traerla al país sólo hasta los comienzos de la campaña política. En su ausencia no surgió contendor alguno que pudiese inquietarla. Los encargados de […]
Hasta ahora, el cambio de gobierno marcha de modo impecable. Ejemplo de “modernidad” en todas sus etapas. La Concertación eligió a su candidata hace 4 años y no tuvo necesidad de traerla al país sólo hasta los comienzos de la campaña política. En su ausencia no surgió contendor alguno que pudiese inquietarla. Los encargados de revolver el caldero para preparar la pócima necesaria hicieron un trabajo de zorros viejos de excelente manera. No se iba a correr riesgo alguno para la reelección soñada.
Programaron una primaria abierta. Donde si más candidatos participaban, mejor sería. Mientras menos diálogo público existiera, se limitarían los tropiezos. Sucedió tal como se planeó. Sin embargo, hubo sorpresas políticas importantes que fueron ignoradas. El objetivo central de la Nueva Mayoría consistía en incluir a todos los movimientos políticos que estaban fuera o se habían separado de la Concertación. Esto era por cuanto se esperaba enfrentar una sólida votación de la Alianza, que había ganado la última elección presidencial. El primer objetivo era atraer al Partido Progresista. El PRO se negó desde un principio a participar en esas primarias. Este traspié aceleró las negociaciones para integrar al Partido Comunista, como posteriormente se concretó.
La primaria se realiza, entonces, a sabiendas de que la Nueva Mayoría deberá incluir al Partido Comunista, lo que además interpretaba, en ese momento, la voluntad de la calle por las revueltas estudiantiles. En los limitados diálogos pactados para esa primaria interna surgen dos sorpresas que no son debidamente consideradas: las altas votaciones de Andrés Velasco y Claudio Orrego. El primero, en un esfuerzo personal, consigue 13% de la votación a base de talento y carisma. El segundo, Claudio Orrego, logra con igual talento y carisma 9% representando la Democracia Cristiana, donde conejos y leones, sus camaradas, lo apuñalan por la espalda para asegurar sus curules.
Todos estos preparativos eran para enfrentar a una Alianza fuerte que ya había derrotado a la Concertación. Encabezado por Sebastián Piñera, era el primer gobierno democrático que, en términos generales, significaba la continuidad del Presidente Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964). Modernizados y robustecidos, la conducción presidencial de este grupo intenta que las caídas y culpas de aquellos que apoyaron el golpe de Pinochet puedan trascender experiencias, por duras y negativas que éstas puedan haber sido. Este tránsito político indispensable para consolidar la democracia se hace difícil por una oposición política engolosinada en mantener a los pinochetistas por siempre en ese casillero. También, los mismos partidarios del Presidente Piñera quedaron confundidos con ese liderazgo que buscaba engrandecer la democracia. Cambiar y corregir errores es distintivo del ser humano, le es inalienable.
Frente a tarea tan osada, fueron muchos los que tuvieron miedo a la libertad. Se sentían seguros sólo con el monopolio de la fuerza como parte de su capital político. Algunos se cegaron y quisieron destruir el reto planteado, negando un pasado que se debe asumir y cambiar, y en esa confusión buscaron destruir toda posibilidad de cambio. Rehuyeron rectificar conciencias allí donde era necesario. Castigaron a su propio líder como culpable. Optaron, en sus primarias presidenciales, por no entender. Así pasaron por Golborne, por Allamand, por Longueira, rematando en Matthei. Todos explicables por sus propias razones, pero envueltos en rencores se alejaron de los tiempos que Chile demanda.
Quisiera pensar que la enorme mayoría de los chilenos que optó por no votar lo hizo porque les parece que se burló la hora para entendernos de un modo que podamos construir futuro sin mezquindades. Tendremos las primeras quebraduras políticas en la formación del nuevo gobierno. Luego, nos corresponderá una transición fastuosa en que vendrán todos y todas. Después de tanta bulla, quizás podamos escuchar el silencio de quienes no votaron. Justo sería que el traspaso de la adrenalina de esas celebraciones, mundiales por cierto, se vuelque íntegramente a trabajar por la agenda prioritaria de las personas.