El vacío existencial de nuestra época
Superar la crisis existencial reinante en nuestra sociedad —producto del materialismo, el individualismo, el consumismo y la competencia desatada del libre mercado— es, sin duda, uno de los desafíos más trascendentes que tiene la cultura occidental. Durante siglos, la Iglesia fue el gran sostén espiritual y moral a donde acudían las personas en busca de refugio y consejo para […]
Superar la crisis existencial reinante en nuestra sociedad —producto del materialismo, el individualismo, el consumismo y la competencia desatada del libre mercado— es, sin duda, uno de los desafíos más trascendentes que tiene la cultura occidental.
Durante siglos, la Iglesia fue el gran sostén espiritual y moral a donde acudían las personas en busca de refugio y consejo para superar sus problemas, especialmente en períodos de cambios profundos como el que hoy vivimos en el mundo. Sin embargo, la Iglesia está viviendo su propia crisis de credibilidad: para muchos ya no brinda la confianza y la sabiduría necesarias para ejercer su rol de contención y guía espiritual. En este contexto, otras religiones y creencias, principalmente las orientales, están llenando el vacío espiritual en el cual vivimos.
Este proceso de penetración, liderado por el Yoga, se inicia en los años 60 con el movimiento Hippie y posteriormente con la expansión del New Age. Lo que fue una práctica elitista hoy es un fenómeno masivo. Dentro de esta expansión de misticismo y espiritualidad, el Budismo es actualmente la corriente que ha experimentado mayor crecimiento en los países desarrollados (en Chile el fenómeno es más reciente). La pregunta es por qué el Budismo tiene la capacidad de atraer o interpelar a sectores amplios de la cultura occidental.
De partida, tanto un cristiano, un judío, un musulmán, como incluso un ateo, pueden practicar el budismo sin tener que renunciar a su propia religión o creencia. Así pues, el budismo, al no estar basado en dogmas, permite que la diversidad cultural existente se sienta representada por sus enseñanzas y prácticas.
Otro aspecto atractivo para nuestra cultura es el hecho de que el Budismo es una filosofía dedicada a la búsqueda de la felicidad genuina, un bienestar integral que trasciende los placeres pasajeros. Según el Budismo, no hay nada de malo en gozar los placeres de la vida moderna. El problema es que cuando el estímulo finaliza —el auto nuevo, la casa nueva, la pareja nueva—, el placer desaparece. En cambio, la felicidad genuina no depende de estímulos externos pasajeros, de la buena fortuna o la adversidad: es un estado mental de paz interior, una pureza y un gozo innato que radica al interior de uno esperando ser descubierta.
El Budismo seduce en tanto busca la liberación del sufrimiento más allá de las causas externas que lo provocan: ¿cuánta gente se siente infeliz, insatisfecha, deprimida, a pesar de ser exitosa? ¿Cuánta gente, teniendo buenas condiciones de vida, incluso “teniéndolo todo”, sienten inseguridad, miedo, insatisfacción, ansiedad o depresión? La mente dominada por el ego, fuera de control, obsesionada, pervertida, adormecida, o desequilibrada produce sufrimiento. En la medida en que la persona trasciende las aflicciones del ego —nuestra tendencia hacia el odio, la codicia, el egoísmo, los celos, la vanidad, la arrogancia, etc.— encuentra paz consigo mismo y con su entorno.
Uno de los principios budistas que más cautivan a los occidentales es la enseñanza de que cada quien crea su propia realidad; que lo que percibimos es nuestra propia proyección; que la mente es moldeable. Recién la ciencia está descubriendo la naturaleza de la mente, de cómo la mente nos puede enfermar o sanar, cómo nos puede deprimir o liberar. La gracias del Budismo, en este sentido, es que proporciona una serie de enseñanzas y métodos concretos para dominar la mente, y varios de los trastornos psicológicos que la siquiatría moderna combate con fármacos.
Quizás el aporte fundamental del Budismo a la cultura occidental sea la meditación. La meditación es un método que permite controlar el ego, limpiar la mente y manejar las emociones. Como dice un aforismo budista: “Para quien ha dominado su mente hay felicidad; para quien no ha lo ha hecho no hay felicidad: ‘tú eres tu propio amo’ ”. El modo de dominarla es a través de la meditación. Además, la práctica de la meditación es una disciplina que estimula la creatividad, la inteligencia, la sabiduría y la iluminación espiritual. La meditación es un camino para entrar en contacto con Dios y lo divino. Por estas razones, no es de extrañar que la meditación se esté universalizando.
Si queremos entonces superar la crisis existencial en que estamos sumidos, el sistema educativo debiera incorporar al currículo escolar la enseñanza y práctica del yoga y la meditación, de tal modo que tengamos a futuro una sociedad más sana y satisfecha consigo misma. Así de simple.