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Exilios voluntarios

¿Y usted, pregunta alguien, por qué se vino a vivir en Francia, por la guerra? No, contesta el interpelado, por Racine. Buena respuesta, pienso, y me sonrío para mis adentros, contemplando las aguas lentas del Sena, las luces de la otra orilla, el parquet sólido, de maderos entrecruzados, de la época de Luis XV. El […]

Publicado el 21/02/2014

¿Y usted, pregunta alguien, por qué se vino a vivir en Francia, por la guerra?

No, contesta el interpelado, por Racine.

Buena respuesta, pienso, y me sonrío para mis adentros, contemplando las aguas lentas del Sena, las luces de la otra orilla, el parquet sólido, de maderos entrecruzados, de la época de Luis XV. El admirador de Racine, de Molière, de Jean-Arthur Rimbaud, y también de William Shakespeare, a pesar de su nacionalidad inglesa, ha llegado a ser profesor del Colegio de Francia y será admitido en las próximas semanas en la Academia Francesa. Será el primer inglés en ingresar a esa Academia, sin que el hecho haya molestado a sus coterráneos y sin que él haya dejado de ser la persona más inglesa de este mundo. Alguien menciona la afición del poeta Pablo Neruda por el whisky, y el profesor y ensayista, cortés, discreto, pero agudamente curioso, se permite formular algunas preguntas. ¿Qué whisky prefería el poeta, cómo lo bebía, en qué clase de vasos, con o sin hielo, con agua?

¿Y usted, distinguido profesor?

El profesor lo bebe sin hielo y sin agua. No agrega mayores comentarios, pero deja entender que la forma que adoptaba el poeta de Temuco era una manifestación de barbarie. A él, últimamente, le gusta el whisky con mucha turba, el de algunas islas de Escocia donde el agua de mar penetra en la tierra por napas subterráneas. Pero no desdeña las mezclas más sencillas. Cada marca, cada región, cada clase, tiene su interés y su momento. A propósito de momento, sostiene que los ingleses, aficionados a inventar normas, declaran que no se puede beber whisky, bajo ningún concepto, antes de las seis de la tarde. El está en perfecto desacuerdo: un whisky al mediodía, después de una larga mañana de trabajo intelectual, le parece la más saludable de las costumbres. Y no desdeña una copa ocasional de coñac. Algunos whiskies, bebidos en estado puro, se acercan al gusto del mejor coñac, y no está mal que así sea.

El profesor es poeta en inglés y en francés, notable poeta, según sus lectores, y es un ensayista original. Explica que en las grandes obras de Shakespeare hay toques de magia, de fantasía, de sueño, distribuidos en forma sabia, de manera que siempre hay un contrapunto entre el realismo más extremo y algunos destellos de irrealidad. Los franceses tienden a dividir una cosa de la otra. Los ingleses, en cambio, buscan una síntesis, una intervención no prevista del misterio. Cita, a este respecto, episodios de Macbeth y de Hamlet. Una periodista norteamericana cita los primeros dos versos de las brujas en Macbeth. El profesor, en forma prudente, agrega el tercero. Por mi parte, sin mucho pudor, agrego el cuarto: “When the battle’s lost and won…”. La periodista me mira con algo de sorpresa. Me había hecho preguntas sobre la amistad entre Fidel Castro y Gabriel García Márquez. Si uno puede citar un verso de Shakespeare, uno es un mal latinoamericano, un sujeto eminentemente sospechoso.

El profesor, en cambio, se plantea un problema interesante: ¿por qué Chile es como es? ¿Por qué el liberador de Chile tiene un nombre tan poco hispánico y poco mapuche como O’Higgins? Le hablo de los estudios de Bernardo O’Higgins en Londres y del arraigo en Inglaterra de Andrés Bello. Quiere saber en qué colegio estudió nuestro libertador, y si era un colegio público o privado. A juzgar por mis informaciones, incompletas, insuficientes, piensa que habría podido cursar estudios en una institución privada, la escuela Westminster, por cuyas aulas pasaron grandes personajes de la época: hombres de ciencia, filósofos, periodistas, industriales. Le gustaría saber si existe alguna huella de influencia inglesa en la constitución de 1833, que nos rigió durante tanto tiempo. Como inglés, desde luego, no es aficionado a las reformas constitucionales apresuradas, forzadas. Con prisa, bajo presiones externas, no se hace buen whisky ni buenas constituciones. Tampoco buen teatro. En cuanto a la poesía, sigue senderos propios, a menudo incomprensibles. El ha escuchado hablar de Pablo Neruda y de Octavio Paz. Le han dicho que un señor llamado Alejo Carpentier fue buen novelista. No sabe una palabra de César Vallejo, y sabe bastante poco de Jorge Luis Borges. Todo conocimiento es relativo, toda sabiduría está llena de limitaciones. El sabe mucho de filósofos ingleses y de ensayistas franceses. Me dice que John Locke también estudió en ese colegio Westminster.

¿Y ese apellido suyo, me pregunta, de dónde viene? Le doy algunos datos sobre el viaje de Jorge Edwards Browne a Chile y sobre su desembarco escondido en un baúl en el puerto de Coquimbo. Le explico que el pionero había nacido en Londres, que no se sabe mucho más acerca del período suyo anterior a su llegada, y me dice que probablemente somos parientes lejanos. Tiene el mismo primer apellido, y me informa que sus parientes, desde hace varios siglos, también son londinenses. Según sus informes, la etimología del nombre, en la antigua lengua de los sajones, es la siguiente: la “s” del final indica simplemente la condición de hijo de Edward. La partícula “ed” hace alusión al cuidador; “ward” significa el tesoro o el lugar del tesoro. En resumen: hijo del cuidador del tesoro. Los tesoros de los antiguos sajones consistían en piedras más o menos preciosas, algo de oro, una que otra materia más noble. Solían esconderlos en campos, en cuevas, en construcciones subterráneas, y había una persona que se encargaba de cuidarlos. Parece que esa condición de cuidador del tesoro era hereditaria.

Jorge Edwards

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