Las reformas del Papa Francisco
Nadie duda que los gestos y determinaciones que el Papa Francisco está tomando indican que desea una reforma profunda en la Iglesia: estructural, moral y espiritual. Al tomar el nombre de Francisco, sin duda estuvo el primitivo ideal franciscano, que buscaba la vivencia delcarisma por encima de la institución. Parece decidido a poner en marcha una […]
Nadie duda que los gestos y determinaciones que el Papa Francisco está tomando indican que desea una reforma profunda en la Iglesia: estructural, moral y espiritual. Al tomar el nombre de Francisco, sin duda estuvo el primitivo ideal franciscano, que buscaba la vivencia delcarisma por encima de la institución.
Parece decidido a poner en marcha una profunda transformación moral, una exigencia ética y virtuosa que presenta a los creyentes con imperativos. Sus mensajes básicos abordan temas especialmente sensibles y generan inquietud en los sectores más tradicionalistas y conservadores. Podrían sintetizarse así:
“La ideología marxista es errónea, pero no me ofende que se me acuse de ser marxista; jamás he sido de derechas; la corrupción es como una droga; quien roba al Estado y dona a la Iglesia es un hipócrita corrupto; el actual sistema económico nos está llevando a la tragedia; los ídolos del dinero quieren robarnos la dignidad; los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza; si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni para los ricos; hay que ampliar la oportunidad para que la mujer tenga una presencia más fuerte en la Iglesia; el genio femenino será preciso tenerlo en cuenta en todas las decisiones de importancia que tomemos; a veces aparece incluso la arrogancia en el servicio a los pobres; la Virgen no es una jefa de correos que envía mensajes todos los días; Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza o condena?; he recriminado a los religiosos que están todo el tiempo hablando del aborto, de los gays y del condón; no sólo los creyentes se salvan, el Señor nos ha redimido a todos, incluso a los ateos”.Si a estas frases —por cierto, extraídas de discursos o conferencias— agregamos las referencias a pensar en los desafíos pastorales que traen las uniones gay con hijos; si se podrá o no dar la comunión a quienes han contraído segundas nupcias civiles sin que se haya declarado nulo el anterior matrimonio sacramento, el Papa abre un camino en lo que hasta hoy era imposible de tratar.
Las directas referencias a cambiar no sólo las estructuras de la Curia Romana, sino su actitud, presentándola como un servicio al Papa y a la Iglesia —como a desterrar el carrerismo eclesiástico, y hacer de la jerarquía no un poder sino un servicio—, hacen del Papa Francisco un reformador radical, lo que es impresionante, ya que él no es un radical, sino un fiel hijo de la Iglesia a la que sirve como pontífice. Otro punto fundamental de su pensamiento es el ecumenismo y el respeto, diríamos cuasi igualitario de las diversas religiones, que hace reformular el principio de que fuera de la Iglesia no hay salvación. Parece que el Papa no gusta de los encerramientos dogmáticos ni de doctrinas que ya son obsoletas, ya que el mensaje perenne de Cristo, religioso y moral, ha de encarnarse en cada cultura. Una Iglesia pobre y para los pobres ha dicho que es su modelo de Iglesia, y no una aferrada a poderes y estructuras meramente mundanas. El cristianismo no puede apartarse de la lucha por la justicia social. La crisis de valores que vive la sociedad occidental también se había entrado en la Iglesia y ello explicaría la desafección de sectores amplios de católicos.
Con la vivencia del Evangelio y siendo fieles al espíritu de Cristo, el Papa cree que no sólo se superarán los defectos y pecados de la Iglesia, sino que ella volverá a ser luz del mundo. Para eso habrá de salir delanquilosamiento que originan los siglos y lanzarse en la aventura de una genuina evangelización.
A lo largo de su historia, la Iglesia ha conocido a varios Papas reformadores, como Gregorio VII en la Edad Media, o San Pío V, Sixto V y Gregorio XIII en el siglo XVI. Francisco continúa la línea de los papas reformadores.