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Inicio» Columnistas » Ricardo Solari » ¿Oposición obtusa y malintencionada?

¿Oposición obtusa y malintencionada?

“Ciega, obtusa y malintencionada”. Así calificó ayer el Presidente Piñera a la actual oposición. A esa misma oposición que ganó con amplio apoyo las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias, y que en dos semanas más asumirá el gobierno. ¿Hay justificación para esos duros dichos? ¿Se recuerda en los 20 años anteriores a alguno de los […]

Publicado el 27/02/2014

“Ciega, obtusa y malintencionada”. Así calificó ayer el Presidente Piñera a la actual oposición. A esa misma oposición que ganó con amplio apoyo las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias, y que en dos semanas más asumirá el gobierno. ¿Hay justificación para esos duros dichos? ¿Se recuerda en los 20 años anteriores a alguno de los ex presidentes de la República refiriéndose de esa manera a sus adversarios políticos?

La verdad es que entre la oposición y Piñera no han existido desencuentros que justifiquen estos excesos verbales. Pero, efectivamente, tampoco ha habido un ambiente de cooperación, con la excepción del reciente fallo del Tribunal de La Haya, el que evidentemente requería niveles mínimos de coordinación entre las distintas opciones políticas. Las razones de este déficit de relación constructiva entre el Gobierno y la oposición son muchas. Es evidente que existen enormes diferencias programáticas, pero más allá de esas discrepancias propias de la dinámica política de cualquier país, en el caso de los últimos cuatro años el origen de estas divergencias es bien concreto.

Primero, el Gobierno se inició con un intento de cooptación de personajes del universo político que representaba la Concertación, para transmitir la falsa idea de ruptura del acuerdo entre el centro y la izquierda que gobernó entre 1990 y 2010. En vez de procurar el entendimiento institucional con los partidos y los parlamentarios que constituirán la oposición formal a partir de marzo próximo, Piñera, como habitual apostador, prefirió simular la realidad de una nueva correlación política, a partir de la inclusión en su gabinete de un par de figuras democratacristianas.

Ese plan fracasó rotundamente. Es más, el momento más duro de la relación entre el gobierno de Piñera y la oposición —la acusación constitucional contra el ministro de Educación, Harald Beyer— fue protagonizado por una diputada del PRI que alcanzó la vicepresidencia de la Cámara con el apoyo de los parlamentarios de la Alianza, en un acuerdo “administrativo” que permite hasta hoy a la derecha encabezar dicha Cámara.

La segunda razón de esta divergencia profunda entre Piñera y la oposición es algo más dramática: fue el modo partidista con que el actual gobierno asumió el 27-F, endosando responsabilidad de sus consecuencias a la Presidenta Bachelet para intentar así erosionar su gran popularidad. Aquello fue funesto, porque no había momento más necesario para la unidad nacional que los días posteriores ese tremendo terremoto. Pero el Gobierno lo dejó pasar, privilegiando la posibilidad de una ventaja política.

El tercer motivo de la brecha entre Gobierno y oposición fue la lentitud del Presidente en despejar sus conflictos de interés explícitos. Era imposible para la oposición llegar a acuerdos con un Mandatario que no era capaz de separar la gestión de sus negocios y la conducción del país. Sin embargo, en la denuncia de estos conflictos de interés, la oposición no estuvo sola: los más duros fueron los líderes de la propia derecha, entre ellos Longueira, Matthei y Allamand.

En el balance, la oposición no obstaculizó proyectos relevantes del Gobierno. Además, no pocos de los más anunciados se paralizaron por las discrepancias al interior de las fuerzas oficialistas, o capotaron por la incompetencia de la gestión política gubernamental.

En estos días de fin de ciclo, las palabras de Piñera parecen destempladas e injustificadas. A menos que, curiosamente, se esperen halagos de quienes tienen una evaluación distinta a la del Primer Mandatario. Pero esa no es la tarea de la oposición en ninguna democracia que valga la pena. Y además, por algún motivo, los electores decidieron seguir un camino diferente a la continuidad del actual gobierno. Es respecto de esa decisión ciudadana que deberían estar reflexionando las autoridades salientes en este momento de despedida.

Jorge Edwards

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