Venezuela: ¿democracia o dictadura?
Hace algunas semanas falleció uno de los politólogos más importantes del siglo XX: Robert Dahl. Su gran aporte fue proponer un nuevo concepto y medición de la democracia, uno que traspasara el tradicional esquema de que basta con celebrar elecciones para tener un régimen democrático. A este concepto, Dahl lo bautizó como poliarquía, o el gobierno de muchos. Un […]
Hace algunas semanas falleció uno de los politólogos más importantes del siglo XX: Robert Dahl. Su gran aporte fue proponer un nuevo concepto y medición de la democracia, uno que traspasara el tradicional esquema de que basta con celebrar elecciones para tener un régimen democrático. A este concepto, Dahl lo bautizó como poliarquía, o el gobierno de muchos.
Un régimen verdaderamente democrático, según Dahl, requiere que quienes tienen el poder puedan perderlo, y que exista el derecho a que quienes no concuerden con los gobernantes, puedan expresarse de manera libre y sin represalias. A eso tenemos que sumarle el derecho de los ciudadanos a organizarse y formar asociaciones, así como de mantener y acceder a fuentes alternativas de información, no solo las estatales.
Al comparar la poliarquía de Dahl con lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos años (y en particular en las últimas semanas), nos damos cuenta de que el gobierno de Nicolás Maduro está muy lejos del ideal democrático. Es cierto, las elecciones parecieran realizarse de manera normal y justa (al menos así lo han certificado varios organismos internacionales en el pasado), pero como podemos ver, ese es el primer escalón de un régimen democrático, no el punto final. La persecución que ha hecho Maduro de la prensa no alineada con su visión, el encarcelamiento de personeros de oposición como Leopoldo López y la brutal represión con que ha enfrentado a los estudiantes en las calles lo ponen más cerca del tradicional dictador latinoamericano que dellibertador bolivariano que dice ser.
Tanto Chávez como Maduro han dicho representar a las clases oprimidas y ambos sacan provecho de un discurso contra las oligarquías deVenezuela. Han trabajado por aumentar las redes de protección social y el rol del Estado como proveedor de servicios. Desconocer que el gran apoyo popular con que ha contado el chavismo no se debe, en parte, a estos cambios de política social, sería pecar de ignorancia. Pero gran parte de ese mismo apoyo se debe también a las redes de clientelismo que han formado, al populismo con que han dilapidado las ganancias delpetróleo, y al miedo que han generado en la oposición, a partir del uso de la fuerza pública. Desde la convulsión política de 2002, la posición política de su sector ha remado en contra de la construcción de una Venezuelaunitaria y democrática, y ha creado un Estado policial, autoritario y dictatorial. La panacea bolivariana se ha convertido en la pesadilla populista.
Después de 15 años de chavismo, no nos puede sorprender lo que ocurre en Venezuela. Muchas voces, incluida Human Rights Watch, lo han venido planteando hace un buen tiempo. Lo que sí es sorprendente es que sectores que han sufrido en carne propia las mismas violaciones a los DD.HH. en el pasado, como gran parte de la izquierda chilena, no sean capaces de sacarse las anteojeras ideológicas y condenar las flagrantes violaciones ocurridas en las últimas semanas. Los mismos que reivindicaron el derecho de los estudiantes a marchar por las calles en 2011 para exigir mejoras a su situación, se lo niegan a los estudiantes venezolanos, acusándolos de golpistas y antidemocráticos. El doble estándar con que han tratado el tema pone en duda su verdadera vocación democrática, y los pone en una categoría similar a la de quienes defienden, hasta el día de hoy, lo ocurrido durante la dictadura.
La situación en Venezuela es alarmante, no porque no nos gusten el color político o las ideas de Maduro, sino porque han transformado al país en un Estado antidemocrático. Lo que nos corresponde en Chile, que aún sigue curando sus heridas por un pasado oscuro, es unirnos en la condena por las violaciones a los DD.HH. que allá ocurren. Esto no tiene que ver con ser de derecha o izquierda, sino con poner a prueba nuestras convicciones democráticas y garantizar que, sin importar quién gobierne, los derechos de todos deben ser respetados.