La izquierda tuerta
Por la vía de las coincidencias temporales y las amalgamas históricas, la crisis venezolana ha sido comparada con la crisis ucraniana y la de la Unidad Popular. Comparaciones rápidas, amalgamas fáciles, que carecen de método y sentido. Permiten, sin embargo, dejar en evidencia una constante de una parte de la izquierda chilena: la percepción conspirativa […]
Por la vía de las coincidencias temporales y las amalgamas históricas, la crisis venezolana ha sido comparada con la crisis ucraniana y la de la Unidad Popular. Comparaciones rápidas, amalgamas fáciles, que carecen de método y sentido.
Permiten, sin embargo, dejar en evidencia una constante de una parte de la izquierda chilena: la percepción conspirativa que siempre acecha a los procesos revolucionarios, y que a menudo sirve para abdicar de las responsabilidades propias. La crisis venezolana es un caso más de abdicación y de adjudicación de culpas a moros, cristianos, diablos, fascistas, imperialistas y ángeles malditos. ¿Cómo explicar que la revolución bolivariana que reivindica libertades esenciales e igualdad encare con dificultad a movimientos opositores, especialmente estudiantiles, sin lograr que los valores y principios reivindicados hagan sentido, y en su lugar se traduzcan en represión y muerte? ¿Es completamente explicable la crisis venezolana apelando a conspiraciones de la burguesía financiera y del imperialismo estadounidense? La respuesta es no. Qué duda puede caber: las conspiraciones existen, y participan de lo que está ocurriendo, pero transformarlas en explicación final es ridículo.
Como intelectual de izquierda, me molesta la argumentación proveniente de una parte de mi propio mundo vital que relativiza lo que los gobernantes hacen en Venezuela, imputando todos los males y perversiones imaginables a fuerzas opositoras que no me gustan, pero cuya naturaleza supuestamente maligna no puedo aceptar. El ideólogo del chavismo, el sociólogo alemán Heinz Dieterich —que acuñó el vago concepto de “socialismo del siglo XXI”—, ha esbozado en estos días una feroz crítica al Presidente Maduro, quien carecería de “carisma”, de proyecto y capacidad de reacción ante los embates opositores.
Esa crítica de izquierda es interesante, aunque muy insuficiente, puesto que elude la dimensión ética de la acción propia y las restricciones que la democracia impone, suponiendo resuelto el mar de dudas que se origina en las restricciones que el propio capitalismo induce, y con las que es necesario lidiar de modo inteligente por la vía de las reformas. Nadie puede desconocer la legitimidad popular del Presidente Maduro, quien triunfó limpiamente en la última elección presidencial. Lo que la izquierda tuerta olvida es que la legitimidad que emana del sufragio universal no habilita a gobernar de cualquier modo, ni menos a reprimir sin responder por las consecuencias. En tal sentido, es posible advertir una real deriva autoritaria en el gobierno venezolano, la que nunca se observó durante el gobierno del Presidente Allende (que es la razón por la cual no es aceptable la amalgama), y que tampoco es comparable con el autoritarismo patriarcal que se observaba en el Presidente ucraniano, Viktor Yanukovich, hoy depuesto por vías legales.
La deriva autoritaria del proceso bolivariano es distinta y duele, porque no es posible quedar impávidos ante la bella retórica y las políticas que buscan satisfacer necesidades de pueblo, de ese enorme contingente de venezolanos pobres que vieron y experimentaron a Chávez y su régimen como una justa salvación de clase, y quedar al mismo tiempo indiferentes ante represiones y justificaciones del valor del orden revolucionario con escasa densidad moral.
En esta controversia se juega la conciencia moral de toda la izquierda. ¿Y qué hay de la conciencia moral de la derecha chilena y de sus credenciales democráticas que son elogiadas por el Presidente Piñera? Esbozos y cimientos, y sólo al cabo de varias generaciones será posible que la derecha criolla hable con autoridad acerca de la democracia y de lo que ella significa como modo de vida: Pinochet la marcó por décadas. Pero la figura del dictador no puede eximir a la izquierda de reconocer afanes y derivas autoritarias en Venezuela, por muy doloroso que sea, y negar que Cuba, más allá de la conmovedora idea revolucionaria de origen, concluyó en una dictadura.