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Repeticiones aproximadas

La historia se repite, pero no con exactitud. Si la repetición fuera exacta, no sería soportable. Pero nos salvan los matices, los borrones, las formas en que la historia se burla de las teorías. Los sucesos actuales de Ucrania, de Crimea, no son comparables a la invasión de la antigua Checoslovaquia por los tanques del Pacto de […]

Publicado el 07/03/2014

La historia se repite, pero no con exactitud. Si la repetición fuera exacta, no sería soportable. Pero nos salvan los matices, los borrones, las formas en que la historia se burla de las teorías. Los sucesos actuales de Ucrania, de Crimea, no son comparables a la invasión de la antigua Checoslovaquia por los tanques del Pacto de Varsovia, en agosto de 1968. La prensa europea intenta profundizar en los parecidos, pero a nosotros nos interesan y nos gustan las diferencias. Leonidas Brejnev pretendía “normalizar” al gobierno de Praga por la fuerza, debido a sus aparentes desviaciones de la ortodoxia marxista. Todo terminó en una noche oscura, en una represión desatada, que tendía a demostrar que no existía la menor posibilidad de un “socialismo de rostro humano”. Dubcek desapareció, pero al término del largo recorrido apareció un disidente, un héroe de la libertad política, Vaclav Havel.

En un viaje reciente a Moscú, me explicaron la diferencia histórica en dos palabras: antes, si sonaba el timbre a las cinco de la madrugada, era la KGB. Ahora, si el timbre llega a sonar a esa hora, se piensa que ha llegado el lechero o el suplementero. La entrada silenciosa en Crimea de las fuerzas rusas, con numerosos apoyos desde el interior, se hizo, sin embargo, en nombre de la “normalización” de Ucrania, que se había pasado de repente, después de algunos días de revuelta callejera, al bando amigo de la Unión Europea. El anciano Gerhard Schröeder acaba de afirmar con todas sus letras: fue un error, sostuvo, forzar a Ucrania a elegir entre la Unión Europea y la alianza con Rusia. Lo que hay que hacer ahora, precisamente, es poner en contacto a los dirigentes de Kievcon los de Moscú. Schröeder, hace algunos años, desde la cancillería de Alemania Federal, hizo las reformas económicas que su país necesitaba para modernizar y agilizar su economía. Las hizo sin enredarse en teorías, sin ideologismo, con sabiduría práctica, y los resultados están a la vista. En los años que siguieron se hizo amigo de los rusos y fue acusado por practicar estas amistades. Pero los hechos, quizá, vuelven a darle la razón. Un político alemán con buen sentido de la estrategia, con antenas, sabe que hay que tener mucho cuidado con el oso ruso, seacomo sea, en cualquier circunstancia.

Se había planteado la posibilidad cierta, en plena Guerra Fría, de que Checoslovaquia cambiara de bloque, y la URSS había intervenido sin contemplaciones. Poco después se plantearía una situación inversa con el Chile de la Unidad Popular. ¿Chile junto a Cuba, apoyada por la URSS? Algunos pensaban que un gobierno de Estados Unidos con personajes del corte de Richard Nixon y de Henry Kissinger se iba a quedar de brazos cruzados, pero había que ser ingenuo hasta la candidez misma para pensar de esa forma. De hecho, los norteamericanos hicieron menos de lo que habrían podido hacer y el golpe de Estado fue de factura más chilena, más de clase media criolla, de lo que muchos, y sobre todo fuera de Chile, piensan.

Los contactos de Angela Merkel con Vladimir Putin durante el último fin de semana, las afirmaciones de Gerard Schröeder, las reticencias de la diplomacia alemana frente a las propuestas de expulsar a Rusia del G8, son decidores. En una crisis como la de ahora, por virulenta que sea, existen instancias para conversar, hay canales abiertos. La Guerra Fría terminó, y aunque parezca repetirse, no se repite. Los nuevos dirigentes de Kiev, después de varios días, siguen en su puesto. Pero todos tienen interés en que conversen con los rusos, en que la sangre no llegue al río. Entiendo que ya se produjo un contacto entre el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia y el del nuevo gobierno de Ucrania. Quiere decir que andamos bien, que los vientos soplan en el sentido de una solución pacífica del conflicto. Prohibir el uso oficial del idioma ruso en un país donde la etnia rusa tiene tanta fuerza fue un disparate, un caso ejemplar de mal criterio. Entretanto, nuestros parlamentarios se agitan en Chile con motivo de la anunciada visita del presidente venezolano Maduro, que suele hablar en sus noches de Caracas con el animita de Hugo Chávez. ¡Qué mundo, piensa uno, qué milagro que estemos vivos!

La parte en que la historia no se repite es la más interesante de todas. Washington, antes, hablaba por todos, y si metía la pata, las consecuencias afectaban a todos. Ahora no hay una voz única del bando occidental y eso se nota mucho. Obama conversa con Putin y se guarda lo que han conversado. Merkel hace lo mismo, pero por su cuenta. Putin, por su parte, habla lo menos posible y moviliza sus peones clandestinos. No es el drama de la Guerra Fría, pero tampoco es Jauja. Y nosotros no podemos quedarnos tranquilos y tomar palco. Somos ciudadanos del mundo y estamos condenados, por consiguiente, a vivir en el mundo, con todos sus sinsabores y sus riesgos.

Jorge Edwards

  • El derecho a la historia

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