Carta al ministro Eyzaguirre
Sergio I. Melnick @melnicksergio No soy un experto en educación, pero creo que usted tampoco, así que estamos a mano. Lo considero un gran economista y, lejos, el mejor ministro de Hacienda de los gobiernos de la Concertación. Con respeto y ánimo constructivo, quiero señalarle lo que considero importante para el país en la gestión […]
Sergio I. Melnick @melnicksergio
No soy un experto en educación, pero creo que usted tampoco, así que estamos a mano. Lo considero un gran economista y, lejos, el mejor ministro de Hacienda de los gobiernos de la Concertación. Con respeto y ánimo constructivo, quiero señalarle lo que considero importante para el país en la gestión que le toca realizar.
Lo primero es que haga clara la distinción entre educación, entrenamiento y capacitación. Están relacionados, pero no son lo mismo, y confundirlos es delicado en una gran reforma como la que se intenta hacer. A una sociedad nunca le sobra educación, pero sí le puede sobrar entrenamiento. Nuestra educación universitaria es básicamente entrenadora, no educante, y esa es la primera gran reforma que se debe hacer. Por eso es fundamental cambiar la estructura de los títulos y grados. Hoy menos de la mitad de los estudiantes del país sigue educación terciaria, que es fundamental en la sociedad del conocimiento. El imperativo inicial es llegar a dos millones, si de verdad queremos ser desarrollados.
Para poder tener ese número de estudiantes, se necesitan al menos unas 15 nuevas universidades con un sistema diferente de grados, y unos 25 nuevos centros técnicos de alto nivel. Si se pone a trabar o cerrar universidades (grave error de Piñera), sólo logrará concentración del poder en esa área. Peor aún es si este poder es estatal, por ende político. Una piedra en el camino es la PSU, herramienta obsoleta, apropiada sólo para nuestra educación entrenadora. La otra gran piedra de tope es la U. de Chile, que es un sistema de feudos y poder que no quiere cambiar el modelo de grados y carreras, como ocurre en las grandes universidades del mundo.
Segundo, es un serio error conceptual poner en el mismo plano la calidad, la gratuidad y lo público, ya que confunde medios y fines. Lo relevante y prioritario es la calidad. Es clave discutir en forma seria qué es realmente la calidad de la educación en el siglo 21, en sus distintos niveles. La educación va mucho más allá que los colegios y universidades, y tiene que ver con la manera en que la sociedad administra la magnífica cadena dato-información-conocimiento-sabiduría, particularmente cómo estos eslabones se generan, distribuyen, almacenan y crecen en la cultura. Las nuevas tecnologías han cambiado radicalmente esta secuencia. Hoy pasamos entre 8 y 12 horas frente a pantallas diversas, y desde ahí formamos nuestro mapa de la realidad (lenguaje), que es así “intervenida” digitalmente. Es fundamental hacer la diferencia entre lenguaje e idioma, algo que nuestra sociedad no diferencia bien, pero que el ministerio tiene la obligación de considerar. Sólo recuerde, ministro, que esta es la primera vez en la historia que los hijos les enseñan cosas a los padres en forma masiva. No es trivial.
Tercero, es importante entender cómo se desarrolla el conocimiento en este siglo. La velocidad es apabullante. Le guste o no, el libro es un instrumento obsoleto, no así la lectura. Los libros oficiales son un error histórico. Por todo eso, olvídese de los programas únicos nacionales, que fue una aspiración del siglo 20. Hoy es una ecuación sin solución tradicional. Si a lo anterior le suma los nueve tipos de inteligencia hasta aquí documentados por Howard Gardner desde los 80, el desafío de la educación primaria adquiere otra dimensión y la diversidad pasa a ser fundamental. El desafío actual es la gestión del conocimiento no su memorización. El Colegio de Profesores es más una traba que una ayuda. Págueles la deuda atrasada y que lo dejen hacer reformas de este siglo.
Necesitamos una política de investigación agresiva en ciencia y tecnología. Recuerde que no es lo mismo la máquina que la tecnología. Para el desarrollo del conocimiento, la diversidad de las ideas es crítica, no estandarice. Todo esfuerzo de homogeneización es retrógrado. En ese sentido, es una dificultad pensar en educación superior gratuita, ya que eso lo obliga a cerrar las privadas, o bien, a fijar precios. Usted, como buen economista, sabe que eso es lo peor de lo peor.
En suma, no ideologice el tema y vaya por la yugular: la calidad de la educación en este siglo. Si avanza por ese camino, se llenará de gloria. Todo el resto es sólo aire.