Elecciones sin competencia
En los dos partidos numéricamente más influyentes de la derecha la renovación de sus directivas se está llevando a cabo con un solo candidato a la respectiva presidencia, pese a que en ambos se habían anunciado dos listas enfrentadas. En Renovación Nacional, fue el senador Chahuán quien desistió de competir con el diputado Monckeberg, y […]
En los dos partidos numéricamente más influyentes de la derecha la renovación de sus directivas se está llevando a cabo con un solo candidato a la respectiva presidencia, pese a que en ambos se habían anunciado dos listas enfrentadas. En Renovación Nacional, fue el senador Chahuán quien desistió de competir con el diputado Monckeberg, y en la UDI se acaba de conocer la renuncia del senador Víctor Pérez a hacerlo con el diputado Ernesto Silva, invocando razones personales, aunque algunos creen que prefirió evitar una lucha electoral que se preveía muy estrecha o que resintió la negativa a acompañarlo de figuras históricas del partido, mientras su contendor confía en llegar así a un resultado unitario.
La opinión general de los ciudadanos favorece cada vez más la definición de estos y otros cargos similares en los partidos por la votación de los militantes, lo que explica el auge reciente de las primarias en desmedro del peso, que se considera excesivo, de las cúpulas partidistas, y parecía que esa tendencia estaba también haciéndose presente en la centroderecha. De hecho, en ambas tiendas el discurso reciente predominante de sus principales figuras ha sido a favor de la competencia como mecanismo de legitimación de liderazgos. Sin embargo, el paralelismo de estos procesos en RN y la UDI muestra, más allá de las circunstancias propias de cada uno, la inconveniente reaparición de un cierto temor a que la lucha por los votos deje heridas o ahonde diferencias personales o de grupos que dificulten la convivencia interna.
Es posible que haya situaciones extremas que requieran priorizar una unidad en riesgo de quebrarse definitivamente, pero aquí no ha sido ése el panorama y en ninguno de los casos se vislumbraba tal peligro. Por lo mismo, importa destacar a propósito de este episodio el valor de la competencia -en cuya naturaleza está, por supuesto, un cierto grado de confrontación y roce interno, como lo comprueban las duras, pero muy útiles primarias norteamericanas-, no sólo por el natural derecho de los afiliados a manifestar sus preferencias e intervenir ojalá directamente en la elección de sus dirigentes, sino para que todos se acostumbren a superar las fricciones del momento y aprendan a seguir trabajando después sin rencores. En esto se halla, precisamente, una de las mayores deficiencias prácticas de la derecha, donde los conflictos personales suelen dejar huellas perennes, incluso capaces -como se ha visto con demasiada frecuencia en los últimos años- de frustrar objetivos superiores.
La reforma electoral en debate debería traer, en todo caso, mayor competencia, y es evidente que exigirá un ejercicio de la actividad partidista que sepa combinarla con un fuerte espíritu colectivo. De ahí que harían bien las distintas colectividades en dejar de lado resquemores y susceptibilidades para organizar mejor su trabajo, reconociendo las legítimas discrepancias tanto internas como entre las fuerzas aliadas, y subordinándolas a las finalidades comunes, aunque cada sector deba ceder en lo prescindible. En la centroderecha ello no será fácil, pero es una condición inevitable y urgente de su recuperación, que debería empezar desde ya a concretarse, pues la forma en que aborde los desafíos que le plantean los cambios en curso puede determinar su futuro por más tiempo del que quisiera.