Evaluar a los profesores para mejorar la calidad
Mario Uribe Centro de Innovación en Educación de Fundación Chile A partir del análisis y difusión del informe entregado hace unos días por la OCDE sobre la evaluación docente en Chile, se reconocieron avances y debilidades en su implementación. El sistema chileno ha logrado, en lo técnico, buenos métodos de evaluación e instituciones con altas […]
Mario Uribe Centro de Innovación en Educación de Fundación Chile
A partir del análisis y difusión del informe entregado hace unos días por la OCDE sobre la evaluación docente en Chile, se reconocieron avances y debilidades en su implementación.
El sistema chileno ha logrado, en lo técnico, buenos métodos de evaluación e instituciones con altas capacidades para realizar a gran escala estos procedimientos, con la participación de profesores que han incorporado en su cultura profesional la evaluación de desempeño, algo que no es común en muchos países. También se constata que la principal debilidad está en la política educativa, y tiene que ver con el sentido y uso de los resultados: ¿Cuánto sirve la información obtenida para mejorar la práctica docente en la sala de clases? ¿Les sirve a los directivos para impulsar cambios y mejoras en sus escuelas? ¿Cuánto de esta información se usa para formar nuevos docentes y directivos? Estas y otras preguntas nos invitan a reflexionar sobre el uso e impacto de las evaluaciones, para buscar el balance adecuado entre rendición de cuentas y una herramienta para orientar el fortalecimiento de capacidades en profesores y líderes escolares.
El informe es concluyente. Los resultados de las evaluaciones no se conectan necesariamente con programas de apoyo y mejora de las capacidades docentes, no son de uso común para impulsar un trabajo colaborativo entre profesores, y no son fuente recurrente de información para mejorar la gestión pedagógica de los directores. Esto no tiene que ver, como se ha dicho, con que los profesores no vean valor en la evaluación o con que ésta no sea un proceso técnicamente confiable, sino con el criterio de su uso y aplicación.
Ocurre lo mismo con el Simce y otros instrumentos: ¿Cuál es su orientación final? Clasificar y hasta sancionar, pero también construir políticas de apoyo para profesores, directivos y sostenedores, respetando su contexto local.
A partir de lo avanzado como país, el buen uso de este informe y sus recomendaciones puede hacer una diferencia sustantiva en temas muy relevantes, como el desarrollo profesional docente y la forma en que entenderemos a futuro una medición más integral de los procesos de mejora y calidad en nuestras escuelas. Nuestro trabajo en terreno con cientos de escuelas nos da la convicción de que avanzar hacia un nuevo concepto amplio de calidad, uno que les haga sentido a estos actores, es el siguiente paso e implicará una revisión profunda de su actual significado.