La ideología
Sistema de ideas y creencias cuya función es organizar el mundo a partir de significados, la ideología es un fenómeno social. Como tal, cumple una función natural en la vida en sociedad: organizarla en torno a significados para que las personas puedan darles sentido a sus vidas y a lo que las rodea. Y si […]
Sistema de ideas y creencias cuya función es organizar el mundo a partir de significados, la ideología es un fenómeno social. Como tal, cumple una función natural en la vida en sociedad: organizarla en torno a significados para que las personas puedan darles sentido a sus vidas y a lo que las rodea. Y si esas ideas se hicieron sentido común, es porque se cristalizaron como cultura.
Pero la ideología se transforma en un hecho político cuando los significados involucrados sobre asuntos esenciales no son compartidos, sobre todo si un cuerpo de ideas y creencias polémicas comienza a predominar. Es a eso que Bourdieu llamaba dominación simbólica y Gramsci, hegemonía, este último transformado por la UDI en el viejo del saco: un miedo inútil, porque si bien Gramsci puso en palabras la constatación de que existen ideas dominantes, estuvo lejos de entender plenamente la dinámica de lo que él llamaba hegemonía.
En Chile, la ideología neoliberal fue hegemónica durante 35 años. Pensamiento poderoso, el neoliberalismo abarcó una infinidad de áreas de la existencia, en donde lo esencial era asegurar por medios privados y mercantilizados bienes que en otras épocas eran de responsabilidad de todos, y en primer lugar del Estado. Esa hegemonía está quedando atrás, desafiada por otras ideas sobre cómo vivir juntos y cumplir con el ideal de realización individual sin desinteresarse del resto.
Para que una nueva hegemonía se imponga, no se necesita que todos los que rechazan el neoliberalismo adhieran a un nuevo cuerpo de ideas. Es más: no es necesario que las entiendan, lo que suele traducirse en críticas secundarias y guiadas por preocupaciones procedimentales, o por percepciones sesgadas de lo que constituye el valor de lo público. Tomemos dos ejemplos.
Días atrás, Mariana Aylwin alertaba sobre la penetración de ideas reformistas y, según ella, equivocadas, en educación, especialmente respecto de los colegios particulares subvencionados. En una columna, la ex ministra afirmaba con razón que a los padres “les da lo mismo si los colegios son privados o estatales”, puesto que lo que les importa es la calidad, y si eligen establecimientos particulares subvencionados no es porque sean “unos estúpidos engañados por el neoliberalismo”. Pues bien, esta indiferencia sin duda racional de los padres no tiene por qué mantener en la indiferencia a columnistas o políticos acerca del fundamento de este “da lo mismo”: un desprecio inconfesable por la educación pública (municipal), la que, de no existir (destino plausible del sistema educacional chileno de no mediar el Estado), terminaría siendo al inicio una educación para pobres, para enseguida renunciar al ideal de igualdad ante un bien cuya necesidad es universal.
Lo mismo se puede decir de J.J.Brunner, quien, temiendo la profundidad de la controversia ideológica en educación, lamenta el hundimiento de los “buques insignia” de la educación pública (los liceos emblemáticos) mediante el término gradual de la selección, sin percatarse de que ésta, precisamente porque particulariza y no universaliza, es un pésimo argumento para defender la educación pública. ¿Tan inaccesible al entendimiento normativo es la búsqueda ideológica de un ideal de realización universal que se aviene mal con la selección que privilegia con dinero público la excepción individual? ¿No será mejor declararse derechamente liberal -en-algún-sentido-, para argumentar en contra tanto del neoliberalismo como del ideal socialdemócrata del nuevo modelo y del régimen de lo público?
Si todo esto es posible es porque se abrió en Chile una brecha de sentido, hegemónica si se quiere. Para colmarla, de poco sirve apelar a la tradición chilena o a las mediciones, estas últimas rara vez concluyentes: no porque las mediciones en educación -o en salud- estén erradas (las estadísticas suelen satisfacer todos los gustos), sino porque el ejercicio técnico de medir desigualdades o injusticias se localiza hoy en medio de una batalla ideológica, en donde la medida del mejor o peor mundo posible se subordina a lo que hace sentido. Por cierto, disipemos otro cuco: en democracia.