La salud en compás de espera
En medio de una agenda política virtualmente monopolizada por la discusión de la reforma tributaria y, más recientemente, del cambio de sistema electoral, algunos hechos noticiosos de los últimos días han vuelto a poner el foco -aunque no lo suficiente ni en forma sostenida- en los problemas y desafíos de un área que habitualmente figura […]
En medio de una agenda política virtualmente monopolizada por la discusión de la reforma tributaria y, más recientemente, del cambio de sistema electoral, algunos hechos noticiosos de los últimos días han vuelto a poner el foco -aunque no lo suficiente ni en forma sostenida- en los problemas y desafíos de un área que habitualmente figura entre las que más preocupan a los ciudadanos, cual es la salud. Entre ellos, el renovado debate sobre las alzas de los planes de las isapres y la relativa baja de la cobertura, la polémica por el hospital de Puente Alto, el cuestionamiento a los centros de salud concesionados y las críticas al actual sistema de asignación de campos clínicos a las universidades.
La salud, sin embargo, pese a su alta sensibilidad social y a la evidencia de graves problemas que se arrastran desde hace años, no parece figurar entre las prioridades del Gobierno. Al respecto, resulta significativo que La Moneda, estando ya embarcada en la compleja tarea de impulsar en el Congreso su proyecto tributario, y preparándose para entrar de lleno en la previsiblemente ardua discusión de la reforma educacional que planea financiar con la mayor recaudación de impuestos, haya decidido presentar como tercer proyecto emblemático no una revisión profunda del atribulado sistema de salud pública, sino la reforma del sistema electoral, que no es uno de los tres pilares de su programa y que tampoco es una de las 50 medidas anunciadas para sus primeros 100 días de gobierno por la Presidenta Bachelet. Cabe señalar, por lo demás, que la salud ocupa sólo cuatro páginas de las casi 200 que contiene el programa de gobierno, el mismo número dedicado a temáticas tan diversas como trabajo, energía, pueblos indígenas o seguridad ciudadana, por citar algunos, lo que no sugiere que sea una prioridad especial de la agenda gubernamental ni que sea vista con el sentido de urgencia que ameritan sus falencias.
Falencias que, por lo demás, el propio programa recoge en forma resumida. Así, junto con valorar el “gran avance” que representó para la salud pública el plan Auge en términos de garantías de atención y de cobertura de un amplio espectro de enfermedades, el documento lamenta que “pese a los esfuerzos realizados, aún hay importantes falencias en el sector público que afectan la atención de salud de la población. Entre estas carencias figura el déficit en especialidades médicas; la falta de infraestructura, especialmente en hospitales; la necesidad de una mejor gestión y mayor efectividad de la Atención Primaria, para que las personas puedan resolver sus problemas de salud cerca de sus domicilios y en menor tiempo”. Esto requiere “destinar mayores recursos públicos a salud, [pues mientras que] en los países de la OCDE el 72% del gasto total en salud corresponde a gasto público, en Chile esta cifra está en torno al 50%. Es imperioso un mayor compromiso del Estado”.
Ese diagnóstico -si bien genérico, esencialmente correcto respecto de los problemas que señala- haría esperable que la salud, por el impacto que tiene en las vidas de las personas, ocupara un espacio más prominente en la agenda del gobierno. Más aun cuando los problemas y las demandas insatisfechas de la población en esa materia parecen justificar el pronóstico pesimista que el presidente del Colegio Médico manifestó a este diario: “Los problemas de salud van a explotar con mucha fuerza”.