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La soledad de los pobres

Hemos tenido liderazgos políticos que nos hablan de estar viviendo en un mundo de flores e ideas marchitas. Que existen Camelias por plantar e ideas para imaginar y construir un país diferente. Esta actitud creativa es indispensable para no matar la esperanza. Se frustró tantas veces y, sin embargo, continúan creciendo sus partidarios. Son compatriotas […]

Publicado el 03/04/2014

Hemos tenido liderazgos políticos que nos hablan de estar viviendo en un mundo de flores e ideas marchitas. Que existen Camelias por plantar e ideas para imaginar y construir un país diferente. Esta actitud creativa es indispensable para no matar la esperanza. Se frustró tantas veces y, sin embargo, continúan creciendo sus partidarios. Son compatriotas que si dejaran de creer en un mundo diferente, nada tendrían: sólo piezas oscuras, platos vacíos, pies descalzos y televisión como recordatorio cruel de que Dios existe. Hay también más y más adeptos en quienes no sufrieron discriminación alguna. Son los que, disfrutando del beneficio del desarrollo, saben que no se pueden postergar más las desigualdades abusivas. Así como en ellos se concentra la riqueza, en aquellos se concentra el hambre, el frío, el desempleo.

En nuestra patria, por una suma de experiencias felices y de buena fe -y también de dolor agregado para producir y exportar violaciones de derechos humanos atroces-, hemos alcanzado un nivel de madurez donde es posible imaginar un mañana sin concentraciones injustas. Nadie debería tener flaquezas, luego de cinco buenos gobiernos consecutivos, para robustecer la libertad y la democracia ante necedades y groserías totalitarias. Podemos y deberíamos enamorarnos para encauzar este trabajo, sumando historia a la que estamos obligados a agregar una importante cuota de solidaridad.

Pareciera que todos estamos de acuerdo en que queremos un Chile más justo. La desigualdad nos está destruyendo lo hecho con dolor y esfuerzo, y ello puede volver a dividirnos. No podemos continuar refugiándonos en los sondeos que expresan la concentración de la pobreza. Bien sabemos que esas evaluaciones son indignas referidas a las personas. No difieren mucho de las que se hacen a los animales salvajes encerrados en un zoológico.

Si la mayoría está de acuerdo en el mundo que queremos mejorar y hemos alcanzado la confianza para hacerlo, entonces es ahora, pues no hay tiempo que perder. El cómo hacerlo debe ser rápidamente encontrado por medio del diálogo más amplio posible. Las prioridades no pueden ser fijadas por esa calle en que se gritan consignas a favor de mejorar sus propias cuotas en los beneficios del desarrollo. Probablemente, ese sería un camino para aumentar los privilegios en favor de los más favorecidos. Esos que pueden caminar las calles porque les sobra el ocio para hacerlo. Los mismos que la policía tratará comparativamente como porcelanas y los jueces liberarán el mismo día. Fácilmente, este puede transformarse en el camino de la anarquía en favor de camioneros, mineros, estudiantes y muchos otros.

Pensemos un rato en lo que significaría que todos los pobres de nuestras ciudades marcharan al centro de éstas. ¿Los dejarían avanzar? ¿Qué sería ver mujeres, hombres y niños que nada tienen y reclaman dignidad de ese pueblo al que pertenecen y del que están excluidos por décadas? ¿Veríamos a la fuerza pública subirlos cuidadosamente a los vehículos policiales y soltarlos en un par de horas? ¿Correríamos todos a comprometernos a eliminar la pobreza? Seguramente se produciría pánico y se diría que se soltó el Lumpenproletariado . La sociología marxista heredó del propio Marx este término, donde se aplica aquello de que todos los extremos se tocan. Lo mismo se da para la sociedad capitalista que de ellos piensa, tomado también de Marx, que se trata de trabajadores de reserva o en abundancia, lo que permitiría bajar los salarios.

No es posible discrepar sobre el diálogo en torno a la educación y no desear que éste llegue a un final adecuado. Nuevamente, tenemos un brillante hombre a cargo de ese ministerio. El sabe, por cierto, que una buena educación toma tiempo, ese tiempo que no tiene quien sufre el hambre, el frío y la cesantía. Sabrá mejor que nadie que la prioridad no puede ser otra que incluir a los excluidos, a los que están afuera y viven en medio de la tortura de la pobreza permanente. Eso significa que, como los recursos serán limitados, habrá de reformarse aquello que en la educación viene primero junto con el crecimiento de niñas, niños, maestras y maestros. Otras materias deberán esperar.

John Biehl del Río

democracia, desempleo, desigualdades, libertad, Política

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