Valparaíso
Chile se detuvo y los corazones se apretaron viendo cómo las llamas consumían la vida en los cerros de Valparaíso. La cadena de solidaridad que despertó nos dice mucho de lo que todos los chilenos sentimos por el puerto, por alguna razón difícil de explicar racionalmente, cada uno de nosotros se siente parte de él. […]
Chile se detuvo y los corazones se apretaron viendo cómo las llamas consumían la vida en los cerros de Valparaíso. La cadena de solidaridad que despertó nos dice mucho de lo que todos los chilenos sentimos por el puerto, por alguna razón difícil de explicar racionalmente, cada uno de nosotros se siente parte de él.
Valparaíso es nuestro, cada hombre y mujer de este país es porteño, es el puerto por excelencia, que representa y encarna la vida en un territorio que, angosto y empinado, se cae en el océano Pacífico. Es lo pintoresco, lo distinto, al mismo tiempo evocación del arte, la belleza y la arquitectura de sus palacios, como de lo misterioso y la insinuación de un mundo de bajos fondos, por ahí entre esas callejuelas en que nuestra imaginación sabe sin duda alguna que habitan los “guapos”; todo lo que constituye esa vocación de puerto que nos hace imaginar, en cualquiera de sus callejones, caminando por igual a Pablo Neruda o a Cayetano Brulé, porque realidad y ficción viven en Valparaíso.
La tragedia nos sirvió para ver en Valparaíso muchas de nuestras mayores carencias, esa pobreza estructural que trasciende el progreso individual y que es símbolo de lo que ocurre en tantas ciudades y barrios de nuestro Chile. Hemos crecido, la pobreza ha disminuido a un ritmo impresionante en los últimos 30 años, pero las ciudades siguen sufriendo las carencias de ese Chile pobre de los 60 y los 70. El espacio público afecta la seguridad y la calidad de vida de millones de compatriotas, a las casas ha llegado el electrodoméstico, el televisor de última tecnología y la televisión por cable, pero ahí afuera de la reja, sigue habitando la inseguridad, la falta de áreas verdes, de plazas. Tenemos casas, pero no tenemos barrios.
Eso es lo que nos recordó este incendio, nos hizo chocar con la realidad de un municipio pobre, de quebradas convertidas en vertederos, de malezas que dan cuenta de esa pobreza urbana y que están esperando la tragedia. Es un verdadero símbolo de este centralismo atávico, el que se nos haga patente a través de una tragedia que ocurre a una hora de Santiago.
Es tanto lo que se podría decir acerca de lo que hay que corregir en Valparaíso, pero esa lista ya la han hecho otros en estos días, desde sus respectivas especialidades, sólo me queda agregar que las sociedades viven de sus símbolos, por eso recordamos a nuestros héroes, porque ellos encarnan los valores que apreciamos, que son el ideal de nación a que aspiramos. Valparaíso, como nuestros héroes, es un símbolo de este país, una ciudad que es más que una ciudad, es parte del orgullo nacional, por eso cuando vive la tragedia y desnuda nuestras carencias, son todas las regiones y todas las ciudades las que sufren. La desesperanza de Valparaíso es la de todos.
Los símbolos hay que cuidarlos, son aliento y esperanza para todos. Probablemente hay en esto una dimensión que vive en el alma de los pueblos y que no se puede contabilizar en una planilla, a la hora de hacer una evaluación de proyecto. Ojalá que esta tragedia sirva para tomar la decisión de hacer que Valparaíso sea efectivamente patrimonio de la humanidad, eso nos haría bien como país, eso ayudaría a todas las regiones.
El Gitano Rodríguez lo dijo hace ya mucho tiempo, y ahora, al escucharlo, no hay nada más que agregar: “Pero este puerto amarra como el hambre, no se puede vivir sin conocerlo, no se puede mirar sin que nos falte, la brea, el viento sur, los volantines…”.