Apostar por los grandes acuerdos
Por Sergio Muñoz Riveros
“El Gobierno tiene que demostrar la calidad de sus iniciativas. No basta con que declare estar bien inspirado, sino que debe argumentar convincentemente”.
Por Sergio Muñoz Riveros
La forma en que el Gobierno enfrente la discusión de la reforma tributaria en el Senado —en rigor, su disponibilidad para introducir cambios al proyecto— será un verdadero test del estilo de gestión de la Presidenta Bachelet y sus colaboradores, además de un indicio del clima político que puede prevalecer en los próximos años.
Por su propio bien, el Ejecutivo necesita mostrar aptitud para dialogar y para establecer acuerdos de ancha base. Esto implica trabajar para que los cambios tributarios reciban en el Senado un respaldo más amplio que el del solo bloque oficialista. Para ello, los cambios deben cumplir con el objetivo de lograr una recaudación de tres puntos del PIB y, simultáneamente, amortiguar el eventual impacto que ello tenga en la inversión y el crecimiento. Tal perspectiva quedó oscurecida en la Cámara por las consignas de uno y otro lado, lo que obliga al Senado a examinar profundamente las implicancias de la reforma con el fin de aprobar la mejor ley posible.
Algunos parlamentarios gobiernistas dicen que se debe respetar la regla de la mayoría en las definiciones del Congreso. Por supuesto. Esa regla es consubstancial al régimen democrático, pero de ella no se deduce que la mayoría pueda actuar de cualquier modo. La democracia se sostiene también en el funcionamiento de un sistema de contrapesos cuyo propósito es evitar la concentración del poder. Y en cuanto a las mayorías, no hay que olvidar que son como las mareas: van y vienen. Quienes son minoría hoy pueden convertirse en mayoría mañana, y viceversa. Se trata, entonces, de legislar con sentido de Estado, de modo que las obras de un determinado gobierno no sean demolidas por el siguiente. La deliberación es parte de la vida en democracia, por lo que no hay que temer a las controversias sobre las materias de interés colectivo. Es absurdo coartar el debate tributario con invocaciones a la lealtad y la disciplina en las filas oficialistas.
¿Será igual respecto de los demás proyectos de La Moneda? En realidad, lo que le conviene a la Presidenta es que el Congreso apruebe leyes bien hechas, que conciten un amplio respaldo y hagan avanzar al país. Lo más perjudicial para ella es que se configure un escenario de polarización y atrincheramiento respecto de las reformas que propicia su gobierno, todas las cuales exigirán debates de fondo. Se trata, entonces, de crear un ambiente de diálogo y cooperación entre el Ejecutivo y la oposición. Si la UDI rechaza ese camino, es posible que RN lo acepte.
El Gobierno tiene que demostrar la calidad de sus iniciativas. No basta con que declare estar bien inspirado, sino que debe argumentar convincentemente. Gobernar es convencer. También es marcar un rumbo, administrar los recursos públicos e incluso usar la fuerza del Estado cuando corresponde, pero de todos modos hay que convencer a los ciudadanos con buenas razones.
Según el FMI, Chile está en condiciones de alcanzar el desarrollo en 2018, momento en el que podría llegar a tener un ingreso per cápita de 23.800 dólares anuales. Ello necesariamente se vincula con las políticas de inclusión social. El problema es que nuestro país puede caer en “la trampa del ingreso medio”, que es lo que ocurriría si abandona la ruta que lo hizo progresar e intenta vivir como si ya fuera una nación desarrollada. Esa percepción distorsionada de la realidad podría confundir las prioridades y provocar el estancamiento.
Los partidos de la Nueva Mayoría deberían convencerse de que el espíritu de trinchera no sirve para progresar sobre bases firmes. Ojalá que el Gobierno sea capaz de articular los cambios y la estabilidad, para lo cual es aconsejable que actúe con modestia republicana. Si procede así, el país recibirá los beneficios.