Opiniones de Rafael Correa en Chile
Los dichos del Presidente de Ecuador a favor de la aspiración marítima boliviana conspiran contra el objetivo de descongelar la relación bilateral y, por cierto, justifican una respuesta de parte del Gobierno chileno.
La reciente visita del Presidente de Ecuador a nuestro país tenía el claro propósito de recomponer una relación bilateral que ambas cancillerías admitían distanciada en los últimos años —“protocolar” y “anémica”, la llamó un experimentado diplomático chileno—, debido a la postura que adoptó Quito ante la demanda limítrofe entablada por Perú en contra de Chile en el tribunal internacional de La Haya.
Sin embargo, ese deseable acercamiento no puede sino verse dificultado por las opiniones de Rafael Correa a favor de la aspiración marítima de Bolivia, expresadas en una entrevista radial al día siguiente de reunirse con la Presidenta Bachelet en La Moneda, y horas antes de concluir su visita. Si bien con ello únicamente reiteraba una posición que ya ha manifestado en otras ocasiones, en este caso tanto la oportunidad de sus dichos como la tesis en que insistió el Mandatario ecuatoriano —“La región debe buscar que los países mediterráneos tengan salida al mar”— conspiran contra el objetivo de descongelar la relación bilateral y, por cierto, justifican una respuesta de parte del Gobierno chileno.
Hasta 2010, Santiago y Quito decían tener una alianza estratégica basada en el reconocimiento de los tratados de 1952 y 1954, que ambos defendían como pactos limítrofes, mientras que Perú sólo admitía que fueran considerados como acuerdos pesqueros. La decisión ecuatoriana de llegar a un entendimiento con Perú sobre sus límites marítimos en atención a “circunstancias especiales”, anunciada en 2011, fue un inesperado giro que proporcionó un argumento adicional a la defensa peruana en su juicio contra Chile en La Haya y que, por ende, desató la entendible molestia de nuestro país y el consecuente distanciamiento.
Con su visita de esta semana, Correa buscaba reparar el vínculo, pero ese objetivo parece incompatible con su decisión de respaldar la aspiración marítima boliviana, un tema en que Ecuador no es parte interesada y en el que Chile tiene una mirada diametralmente opuesta. Desde luego, aun si la postura del gobernante ecuatoriano en este tema es conocida, manifestarla públicamente durante su visita, sabiendo cuán compleja y delicada es esta materia para su anfitrión, parece una incomprensible falta de tacto, a la vez que un error diplomático.
Más aún cuando el apoyo a la pretensión boliviana viene acompañado de una tesis geopolítica que, nuevamente, choca frontalmente con la de Chile, pues ahí donde nuestro país estima que hay un asunto estrictamente bilateral, el ecuatoriano propone una nueva interpretación de las relaciones internacionales que hace del fin de la mediterraneidad una suerte de imperativo ético de todos los países de la región. Más allá de la discutible base argumental de esa premisa, sus consecuencias prácticas la hacen tan indeseable como inviable.
No hay duda de que las opiniones de Correa se explican, al menos en parte, por su sintonía ideológica con el gobierno que preside Evo Morales. Sin embargo, también ponen de relieve el eco que puede encontrar en sectores de la opinión internacional la postura de Bolivia, que actualmente está embarcada en una activa campaña por promoverla en todo el mundo, con un embajador dedicado exclusivamente a esa tarea, en el marco de su intento por lograr que el caso sea acogido por el tribunal de La Haya. Chile debiera mostrarse igualmente proactivo en explicar sus argumentos y promover sus intereses ante la comunidad internacional, y no debiera dejar sin respuesta intervenciones como las del Presidente ecuatoriano.