¿Somos capaces de escucharnos?
Sabemos que las ideas distintas enriquecen el debate, pero para escucharlas hay que acoger y valorar la diferencia. Esto vale para todas las opiniones”.
Cada vez que leo titulares en medios de comunicación y se destaca la importancia que asignan algunos líderes políticos a los acuerdos, me vuelve el alma al cuerpo. Mi reacción puede parecer exagerada, pero durante el último tiempo muchos nos hemos preguntado sorprendidos: “¿Qué nos está pasando, cómo hemos llegado a esto?”. Y con “esto” nos referimos a que reiteradamente actores políticos que tienen voz cantante en el debate público retoman un nivel de confrontación y de polarización que el país no quiere ni necesita. Suma que, hasta hace muy poco, el énfasis en los medios de comunicación se había puesto en los desacuerdos y la intransigencia, que aparecían como las notas dominantes en el medio político.
Si hacemos un recuento, se podía haber creído que estábamos ante una empresa de demolición o un ring de boxeo. Entre metáforas y bofetadas, la tónica era “si me das un golpe, te devuelvo ése y otro más, si creo ver señales de descalificación o el deseo de arrinconarme”. Las reglas del fair play parecen no existir. Si así fuere, los jugadores no podrían haber hecho afirmaciones tan contradictorias, como cuando se refieren, hasta el día de hoy, al probable impacto de la reforma tributaria en la clase media o en las pequeñas y medianas empresas, por ejemplo, donde todo parece ser o blanco o negro. Si en medio de tantos dimes y diretes lo que se ha buscado es informar, se logró el efecto contrario. Ese conjunto de actores ha conseguido sembrar una tremenda confusión en torno a las reformas propuestas.
Es una situación que no conduce a nada bueno. En este contexto, es natural que se estime más importante aprobar una reforma tributaria —nadie quiere restarse a la búsqueda de mayor igualdad—, que saber cómo se van a gastar esos recursos adicionales. Se han puesto los bueyes detrás de la carreta y no se escuchan palabras potentes que digan que el orden es al revés. La reforma tributaria es un paso para reducir la desigualdad, pero siendo la llave maestra la educación, debiésemos haber entrado ya en el debate sobre cómo se invertirán los recursos frescos. Sobre este tema, en lo concreto, estamos todavía frente a promesas y propuestas generales que no sabemos cómo se van a concretar ni cuánto van a costar.
Entretanto, por desgracia y por añadidura, estamos espantando la amistad cívica, que ya de suyo es escasa en nuestro país. Ello, a pesar de que han estado presentes quienes insisten en su importancia. Con esta preocupación, fue reconfortante para mí asistir en días pasados a un homenaje a Edgardo Boeninger con motivo del lanzamiento de un libro que recoge sus escritos. Fue una oportunidad para destacar que este servidor público por excelencia insistía siempre en que los países progresan cuando hay acuerdos y conductas que privilegian la cooperación y el consenso.
Sabemos que las ideas distintas enriquecen el debate, pero para poder escucharlas hay que acoger y valorar la diferencia. Esto vale para todas las opiniones. Y, en nuestro país, no tenemos una cultura que valore la diversidad. Somos más bien un país de extremos, del todo o nada, de quien no está conmigo está en mi contra. Sin embargo, los cambios sociales sólo serán realizables y fructíferos si somos capaces de escucharnos, de ser flexibles en nuestras posiciones y de saber aquilatar distintas situaciones.