El desafío vial de Santiago
El colapso vial que experimentaron varias zonas de Santiago la noche del martes a raíz de las lluvias no fue novedad ni para las autoridades ni para los millares de personas atrapadas que demoraron el doble o el triple del tiempo en realizar sus trayectos. Pero es precisamente lo predecible que se ha vuelto esta […]
El colapso vial que experimentaron varias zonas de Santiago la noche del martes a raíz de las lluvias no fue novedad ni para las autoridades ni para los millares de personas atrapadas que demoraron el doble o el triple del tiempo en realizar sus trayectos. Pero es precisamente lo predecible que se ha vuelto esta situación —agravada en este caso por una protesta contra el mal servicio del Transantiago y por la cicletada de un movimiento ciudadano— lo que constituye un preocupante recordatorio de hasta qué punto ha llegado al límite la capacidad de la infraestructura capitalina de transporte.
Distintos factores se combinan para generar un escenario en que incluso circunstancias puntuales que no revisten excesiva gravedad —algunas predecibles, como las lluvias, y otras no, como los accidentes de tránsito— provocan serios atochamientos y sobrepasan la capacidad vial de la ciudad para darles salida. Entre dichos factores está una superficie de vialidad escasa en relación con el tamaño y la población de Santiago, un Transantiago aquejado de problemas estructurales que aún no han sido resueltos, una red de Metro que no cubre extensas áreas urbanas, un parque automotor en continuo —y probablemente imparable— crecimiento, una escasez de alternativas al automóvil para el transporte personal (como las ciclovías, entre otras), un uso poco eficiente de las vías construidas en función de horarios y patrones de tránsito, la falta de políticas urbanas que entreguen incentivos al uso del transporte público (como la tarificación vial o la construcción de estacionamientos en puntos de concentración) y otros.
El ministro de Transportes ha anunciado que conformará una Comisión Pro Movilidad para abordar los problemas de congestión, la cual incluirá tanto técnicos como actores ciudadanos. Aunque es bienvenido un esfuerzo por recoger tanto el juicio de los expertos como el de los usuarios, lo cierto es que el diagnóstico vial de Santiago es suficientemente conocido, así como la gama de opciones de posible “tratamiento”. Lo que ha faltado, en cambio, pese a la atención que sucesivas autoridades de gobierno y municipales le han dedicado al tema durante años, es un reconocimiento de que la tarea requiere un esfuerzo de intensidad y magnitud —junto con un sentido de urgencia— mucho mayor que el desplegado hasta la fecha, al igual que una mirada de largo plazo de las respectivas autoridades.
El dato fundamental es que el parque automotor probablemente se duplicará en la próxima década, superando los 2,5 millones de vehículos. Una parte de ese crecimiento se explicará, sin duda, porque la insatisfacción con la calidad del transporte será un incentivo a la compra de autos para el desplazamiento personal, pero otra parte —posiblemente mucho mayor— se deberá a que las personas desean aprovechar las ventajas de consumo y libertad que son posibles gracias al desarrollo del país y al aumento de los niveles de prosperidad. Por lo tanto, diseñar e implementar modos de transporte alternativos al automóvil es algo necesario, pero lo es aún más pensar en formas de acomodar un número sustancialmente mayor de vehículos, lo que supone aumentar la superficie vial de la ciudad; esto es, construir más calles, avenidas, puentes y autopistas. Este es un proceso económicamente costoso, técnicamente complejo y, también, políticamente delicado, pues implica afectar intereses y cambiar reglas de juego, pero que no puede seguir postergándose.
Al mismo tiempo, desde luego, es imprescindible proseguir con los esfuerzos para abordar los problemas reseñados anteriormente: ampliar la red de Metro, mejorar el servicio de Transantiago, construir más ciclovías (integradas al diseño vial y no superpuestas a él, como ocurre en muchos casos) y pensar en formas que estimulen alternativas al automóvil o que aumenten la eficiencia en el uso de la red vial existente. Santiago debe utilizar de mejor forma la infraestructura que posee y elevar su calidad, pero tan importante como eso, o más, es construir una nueva infraestructura acorde con las necesidades de una urbe más grande, más poblada, más pujante y más moderna.