El Simce y el ranking de sus resultados
Junto con dar a conocer los resultados de la Prueba Simce 2013, las autoridades del Ministerio de Educación han anunciado que una comisión —compuesta por representantes de esa cartera, de la Agencia de la Calidad y por distintos especialistas— estudiará el sistema de evaluación escolar para proponer cambios. El espíritu de esas modificaciones, ha dicho […]
Junto con dar a conocer los resultados de la Prueba Simce 2013, las autoridades del Ministerio de Educación han anunciado que una comisión —compuesta por representantes de esa cartera, de la Agencia de la Calidad y por distintos especialistas— estudiará el sistema de evaluación escolar para proponer cambios. El espíritu de esas modificaciones, ha dicho la subsecretaria de Educación, es darle a la prueba “una mirada más enfocada hacia los apoyos pedagógicos que requieren los establecimientos para poder tomar decisiones”.
El tipo y cantidad de esos cambios deberán analizarse en su momento, pero el enfoque parece el acertado. En efecto, una evaluación como ésta pretende ser un instrumento que entregue información actualizada y certera sobre los resultados que están logrando los procesos educativos en todas las áreas, para de esa forma identificar dónde están las fortalezas y debilidades. Este diagnóstico es una valiosa ayuda para que autoridades, colegios y apoderados tomen decisiones (y hagan elecciones) informadas, pero por diversas razones, han surgido críticas respecto de su efectividad real.
Desde el Mineduc se ha insistido en que detrás de la idea de estudiar cambios al Simce no existe una intención de restarle importancia ni de poner en duda la necesidad de contar con un sistema para evaluar la educación, mucho menos cuando se plantea la reforma educacional de mayor alcance y profundidad en décadas. Sin embargo, es claro que las actuales autoridades ven esta prueba con desconfianza —incluso ha habido voces que sugieren eliminarla—, pues le atribuyen cierta responsabilidad en la segregación escolar que ellas han identificado como uno de los principales problemas de la educación chilena. Segregación que, desde esa perspectiva, se explicaría en medida importante por elementos de selección y competencia que el Simce contribuye a potenciar.
Así, por ejemplo, el Mineduc y la Agencia de Calidad se han mostrado reacios a entregar la información del Simce organizada en forma de ranking de colegios. De hecho, la subsecretaria incluso pidió a la prensa “encarecidamente evitar la elaboración de ranking” y la presidenta del consejo de la Agencia argumentó que hacerlo significaría “entregar una visión parcializada”. Se trata de un argumento difícil de entender, pues una de las conclusiones más útiles que se pueden extraer de esa prueba —para los actores educacionales y para los apoderados— es cuáles colegios lo están haciendo mejor y cuáles peor. Esa es una comparación que ayuda a establecer hasta qué punto están siendo efectivos los procesos y estrategias que implementan los establecimientos.
El Mineduc parece temer que la ubicación en un ranking de alguna manera estigmatiza a los que están más abajo, haciéndoles aún más arduo el desafío de superar sus deficiencias. En realidad, la ordenación jerarquizada en función de resultados es una de las formas más útiles —sin bien no la única— de organizar la información, pues permite distinguir las áreas de prioridad de las secundarias. En este sentido, por ejemplo, nadie objeta que exista un ranking mundial de universidades que las ordena en función de distintas variables y que estimula la competencia, la cual, lejos de ser un factor que discrimina o segrega, es una forma de premiar el mérito de las que lo hacen mejor y de estimular la superación de las restantes.
La segregación escolar que afecta a los alumnos más vulnerables no se enfrenta mejor atacando factores como la selección o la competencia, sino mejorando la calidad de los colegios a los que asisten, en su mayoría municipales. Tampoco se enfrenta poniendo trabas a que los padres tengan elementos para comparar unos colegios con otros, lo cual restringe su libertad de elegir en función de datos objetivos —como los resultados del Simce—, sino entregándoles la información en formas que faciliten su toma de decisiones y, por cierto, reduciendo las diferencias entre los colegios por la vía de atacar los problemas que existen en el aula, donde realmente se juega la calidad de la enseñanza.