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La abdicación de Juan Carlos I

La sorpresiva abdicación del rey Juan Carlos I es un hito de profundos significados para España, pero que también tiene resonancias más allá de sus fronteras, debido a la proyección internacional que tuvieron la figura y las acciones del monarca español. Si bien su largo reinado de casi cuatro décadas ejerció una influencia decisiva en […]

Publicado el 02/06/2014

La sorpresiva abdicación del rey Juan Carlos I es un hito de profundos significados para España, pero que también tiene resonancias más allá de sus fronteras, debido a la proyección internacional que tuvieron la figura y las acciones del monarca español. Si bien su largo reinado de casi cuatro décadas ejerció una influencia decisiva en la historia de su país, desde otras latitudes también es posible verlo como un recordatorio —en este caso, virtuoso— de la importancia que pueden tener los liderazgos personales para la vida de las naciones, incluso, o tal vez sobre todo, cuando están inmersas en procesos históricos de cambio, como el que vivieron los españoles tras la caída del franquismo y durante el período posterior de consolidación de la democracia.

Juan Carlos de Borbón pudo haber decidido conservar los poderes absolutos que recibió de manos del régimen franquista con la muerte de su líder a mediados de los 70, pero en lugar de eso optó por renunciar a ellos y por abrir el camino hacia una democracia parlamentaria que, junto con iniciar una nueva etapa política en España, restringiría el poder del rey al modo de otras monarquías europeas, como la británica o la holandesa.

Más tarde, durante los turbulentos años de la transición, el rey pudo haberse puesto del lado de la facción militar golpista que quiso acabar con el experimento democrático y darle a él las riendas del gobierno, pero prefirió apostar por mantener el rumbo y rechazar las vías de fuerza. Y luego, en los 90, cuando la llegada del Partido Socialista al poder fue interpretada por algunos como la antesala de un retorno a las dolorosas e insalvables divisiones del pasado, el rey supo entender, y hacer entender, que la alternancia de gobiernos era una parte consustancial de la democracia y no una señal de que estuviera en peligro.

Los años siguientes no abundaron en episodios tan álgidos como éstos, pero al atenerse en todo momento a su rol constitucional de árbitro y moderador entre los sectores políticos, mostrando estricta neutralidad y respeto por los cauces institucionales establecidos, el rey fue un actor clave en la construcción de una nueva y mejor España. Otros actores sociales y políticos también jugaron roles imprescindibles en ese proceso, pero no hay duda de que el monarca que acaba de abdicar puede felicitarse de haber reinado durante “un largo período de paz, libertad, estabilidad y progreso”, como dijo en su mensaje televisado de esta mañana.

La abdicación ocurre en momentos complejos tanto para España como para su monarquía. Sus ciudadanos viven los severos efectos de una prolongada crisis económica, aumenta el desprestigio de la clase política y la desconfianza en los partidos, y ronda la amenaza a la cohesión nacional a raíz del descontento de los catalanes. A su vez, los recientes escándalos de malos manejos financieros por parte de miembros de la familia real, junto con varios episodios protagonizados por el propio rey que han dañado su imagen, contribuyen a cierto desprestigio de la monarquía y reavivan el debate sobre su validez en el mundo moderno.

Al respecto, cabe destacar que la creciente desconfianza en las instituciones es un fenómeno observable en casi todas las democracias consolidadas, y que España y su monarquía no escapan a ello. Más allá del legítimo debate que sin duda tendrán los españoles sobre su institución monárquica, es innegable que en las últimas décadas ésta ha sido una fuente de estabilidad que ha contribuido de forma fundamental al desarrollo del país y a la preservación de sus libertades. Con todo, esto no ha sido el fruto de la institución en sí misma, sino esencialmente de quien la ha encabezado por 38 años. El príncipe Felipe, que asumirá el trono en medio de profundos cambios de toda índole en su país y en el mundo, tendrá el singular desafío de reinar con sello propio en estos nuevos tiempos, pero a la vez de emular a su padre en el aspecto más importante de un monarca moderno: que el ejercicio de su autoridad y liderazgo sea percibido como legítimo por sus conciudadanos, aun cuando no detente el poder.

Abdicación de Juan Carlos I, Editorial, Editorial La Segunda

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