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La tarea indelegable del Parlamento

“No es bueno aceptar la noción de que una rama del Congreso sea mero buzón y la otra, espacio de reflexión: en ambas la tarea debe ser igualmente profesional y seria”.

Publicado el 11/06/2014

No es sólo la oposición la que demanda una mayor apertura al debate de los diversos proyectos de reforma presentados al Congreso, en lugar de la conducta demasiado frecuente de tratar de imponer un texto preelaborado. Ayer conocimos las declaraciones del propio presidente de la Cámara de Diputados —destacado líder de la Democracia Cristiana y sostenedor de la actual administración—, que ve lo que él califica como “un déficit de diálogo” de parte del Gobierno incluso con los parlamentarios, tanto del oficialismo como de la Alianza, y advierte que ello puede provocar que se repitan quejas y manifestaciones de discrepancia (asimismo en la coalición gobernante). Esto último, a propósito de las críticas del presidente de su partido, el senador Ignacio Walker, respecto de la inversión de cuantiosos recursos fiscales para adquirir establecimientos de la enseñanza particular subvencionada.

A juicio del diputado Aldo Cornejo, cometen un error quienes siguen considerando al programa de gobierno como un documento pétreo que no admitiría alteraciones. En efecto, sus propuestas constituyen sólo la necesaria, pero instrumental, carta de navegación para orientar el debate de las reformas, permitiendo así distinguir en éstas lo esencial de lo accesorio. En tal sentido, el presidente de la Cámara valora la actitud del ministro del Interior, que ha estado dispuesto a conversar también con personeros de RN y la UDI para el cambio del sistema electoral, reprocha al ministro Eyzaguirre y al presidente del Partido Socialista que vetaran una indicación suya para corregir un aspecto de la nueva normativa sobre las universidades en situación crítica, y deja constancia de que no aceptará tutelajes en su trabajo parlamentario.

El Gobierno, a través de sus ministros, debe estar interesado en ampliar la base de apoyo ciudadano —y por cierto del Congreso— a sus iniciativas cuando son transformadoras de la institucionalidad y destinadas a regir por largo tiempo. El titular de Educación puede haber escuchado a todos los sectores afectados por los cambios, como él recalca, pero no parece que aquello sea suficiente si no se concreta en acuerdos, mientras crecen las objeciones e incluso los rechazos. Un ejemplo más constructivo es el del ministro Pacheco, con su voluntad declarada de enfocar el problema energético como un desafío de alcance nacional, para el que requiere apoyos transversales y que al parecer está obteniendo, a la luz de la función asesora que ha entregado al ex candidato presidencial de la UDI.

Pero las críticas de Cornejo tocan sobre todo a la relación entre La Moneda y el Poder Legislativo. En la tramitación de las principales reformas en curso ha predominado el afán, muy notorio en el caso del ministro de Hacienda, de sacarlas adelante sin dar cabida a modificaciones que se van sugiriendo como consecuencia natural del proceso legislativo.

Algunos creen, y políticos oficialistas y opositores no han dudado en suscribir esta visión, que no es demasiado relevante lo que ocurra en la Cámara de Diputados, pues el Senado será el espacio de reflexión ponderada que permitirá suplir sus deficiencias. Algo de esa visión demasiado pragmática estuvo detrás de la rapidez con que los diputados lograron despachar, prácticamente sin cambios ni debate, la reforma tributaria.

No parece conveniente aceptar esa idea de que una rama del Congreso sea mero buzón y la otra, espacio de reflexión: en ambas la tarea debe ser igualmente profesional y seria, porque para eso sus integrantes han sido elegidos y disponen de los medios. Tanto a la mayoría parlamentaria que hoy existe como a la minoría les corresponde ejercer allí su tarea con especial responsabilidad.

Congreso Nacional, Editorial La Segunda, parlamento

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