RD en la delgada línea roja
Por Camilo Feres
“La desconfianza hacia los discípulos de Crispi y Jackson ha reflotado por estos días”.
Por Camilo Feres
“Revolución Democrática tiene 300 militantes de los cuales 299 trabajan en el Ejecutivo, uno está en el Parlamento y sin embargo aún no deciden si forman parte del Gobierno”. La citada broma, aunque no es precisa en el fondo, porta en su argumento –como todas las piezas de humor– con una carga importante de sentido común.
La idea de un grupo de iluminados empecinados en obtener lo mejor de este mundo y del otro ha acompañado a RD desde sus inicios y esa crítica, aunque presente entre sus antagonistas de derechas, fue desde temprano la justificación del resquemor que hasta hoy exhiben los miembros formales del Gobierno con el que RD “colabora críticamente”.
Por estos días, la desconfianza hacia los discípulos de Crispi y Jackson ha reflotado con ocasión de la denominada “intervención” en el Ministerio de Educación. En efecto, los trascendidos que han acompañado al desembarco de tropas desde Interior se han valido de la aparente sobrerrepresentación del colectivo juvenil en la cocina de la principal reforma del Gobierno para justificar el arropamiento político del que será objeto la cartera.
Así las cosas, paradójicamente, el que para efectos prácticos (y humorísticos) oficia como el octavo movimiento de la Nueva Mayoría, comienza a unir sus destinos con el que en su minuto fuera tildado –con la misma velada crítica– como el quinto partido de la Concertación: Expansiva.
Fiel a las corrientes estéticas de la época, el colectivo de Andrés Velasco sumó en su tiempo a profesionales cosmopolitas, bilingües y PhD en una agrupación laxa en lo formal pero fuerte en lo simbólico, desde la cual ganaron presencia en el debate público y terminaron fortaleciendo al primer gobierno de Bachelet ahí donde era más débil: caras nuevas que no inquietaran a “los mercados”. A corto andar, las pugnas políticas entre los partidos de la Concertación encontraron en los “expansivos” la parte más delgada del hilo y, con la sola excepción de Velasco, el ajuste de gabinete que finalmente le dio tranquilidad al Ejecutivo se realizó previa purga de los nuevos chicos del barrio.
En otro código pero con un guión parecido, RD ha entrado en escena bajo las tendencias retóricas y estéticas de su tiempo dotando al Gobierno de legitimidad en espacios que no le estaban del todo dados. Pero, al igual que los tecnócratas de ayer, la asimetría entre el poder simbólico y el poder real del movimiento podría hacerles pagar la cuenta de una pugna que no les es propia.
Porque si la convivencia en el oficialismo tiembla no es por cuánto de colaboración y cuánto de crítica hay en la cazuela que revuelve RD, sino por la vieja disputa entre dos almas de la Concertación que hoy debaten su posición en los tres tercios de la Nueva Mayoría. Pero la misma cultura evasiva que nos lleva a decir las verdades incómodas “tirándolas para la talla”, es la que podría llevar al sistema a intentar ajustar sus diferencias sacrificando al políticamente más débil.