El zapato chino de Eyzaguirre
“Su intento de dejar a todos felices lo tiene en un estado de vulnerabilidad que sólo le genera costos al Gobierno”.
Por Gonzalo Müller
Si algo sabe el ministro Eyzaguirre es que no vive su mejor momento. Cuestionado técnica y políticamente, recibe permanentemente fuego cruzado a cada frase suya, lo que le ha provocado una gran pérdida de credibilidad ante la ciudadanía. Es difícil pensar que hoy el Gobierno y la propia Presidenta no tengan en mente hasta dónde el respaldo al ministro no debilita a la propia reforma educacional.
Para toda autoridad pública, su credibilidad es la base esencial de su capital político. Es lo que le permite servir a su misión de sacar adelante políticas públicas y decisiones del Gobierno; es la confianza personal muchas veces la que facilita que los distintos actores sociales y políticos puedan entender lo que se propone. Por lo mismo, la actual posición del ministro de Educación es la peor de todas. Según la última encuesta de Cadem, hoy el 55% de los chilenos no cree que sea capaz de sacar adelante la reforma educacional y el 56% dice que la persona del ministro no le genera confianza.
La trilogía del fin al lucro, al copago y a la selección —el corazón de la propuesta del Gobierno en materia educacional— tiene en alerta y movilizados a cientos de miles de padres, que se han ido organizando en todo el país para oponerse a que la reforma educacional, así concebida, ponga en riesgo el colegio que han elegido para sus hijos.
Vale la pena detenerse en quizás los actores sociales menos escuchados de todos: los padres. Algo tiene que estar muy mal en la reforma del Gobierno para que veamos a los papás marchando para defender la educación de sus hijos. Cuando muchas mamás, como Erika Muñoz, se agrupan en la Confepa y destinan parte importante de su tiempo y esfuerzo para organizar caminatas, provocando un verdadero movimiento social, debiera ser señal de alerta suficiente para que el Gobierno entienda que va por el camino equivocado.
Un ministro que no escucha a los padres ni los reconoce como movimiento social, se encuentra rápidamente con que lo que inicialmente eran dudas, producto de su incapacidad política, se van transformando en críticas, y estas dan paso a una abierta oposición social a sus propuestas.
Es esto lo que para muchos en el oficialismo ha venido ocurriendo y responsabilizan directamente al ministro Eyzaguirre de producir, a través de sus diferentes anuncios, un distanciamiento grave entre la clase media y el Gobierno. Lo anterior lo han podido palpar en terreno los parlamentarios de Gobierno, que han asistido a las cientos de asambleas de padres y apoderados que se han venido celebrando, y que consideran injusto sufrir las críticas por medidas que a veces no conocen o no comparten en su totalidad.
Se le agota el tiempo al Gobierno para demostrar en los hechos su compromiso con la mejora del sistema educacional. Mantener en alerta e incertidumbre a estudiantes y padres no parece una buena idea. Eyzaguirre está en un zapato chino. Su intento de dejar a todos felices lo tiene en la práctica sin aliados y en un estado de vulnerabilidad que sólo le genera costos al Gobierno y a su reforma más importante.